Paddy Considine (Inglaterra, 1978), que se estrena como director de
un largometraje en Redención –en 2007 dirigió Dog Altogether, un
cortometraje de 16 minutos inédito en castellano con Peter Mullan como
protagonista que puede verse como un borrador de Redención/Tyrannosaur-
, había destacado como actor en producciones como Last Resort –película
que le valió el premio a mejor actor en el Festival de Tesalónica-, o Dead
Man’s shoes –cuyo guión escribió junto a Shane Meadows y Paul Fraser-. En
2005 participa en una superproducción de Hollywood: Cinderella Man: el
hombre que no se dejó tumbar, filme que cosecha notables éxitos con múltiples
nominaciones a los Oscar, los BAFTA y los Globos de Oro, así como un galardón
de reparto en el Festival de Toronto. En 2006 aparece en la producción española
Bosque de Sombras, dirigida por Koldo Serra. Antes de cosechar cierto
éxito en el público convencional actuó también en varios cortometrajes del
realizador inglés Shane Medows y más recientemente protagonizó la producción de
Independet Television The suspicious of Mr Whicher, drama policiaco
ambientado en 1860. Su polifacética carrera se completa con su faceta como
músico en la voz de la banda Riding the low.
Peter Mullan (1959, Escocia) es, además de un veterano
actor al que se puede ver en Braveheart,
Trainspotting, Cargo o Hijos de los hombres –sin olvidar su actuación en My Name is Joe, que le permitió ganar el
premio a mejor actor en Cannes en 1998-,
un vocacional director.
Hasta los 19 años rodó un buen número de cortometrajes,
lo que no le facilitó el acceso a la Escuela Nacional de Cine. Tras ser
rechazado una y otra vez, Peter Mullan decidió que si quería seguir en el mundo
del cine debía buscar otro camino. Y eligió el de la actuación. Primero en
teatro, después en televisión y finalmente con pequeños papeles en películas
escocesas, como algunas de las que hemos repasado, Mullan fue abriéndose paso
en el panorama cinematográfico escocés, esperando su gran oportunidad. La que
le dio Ken Loach con el papel protagonista de My Name is Joe. Su convincente actuación como ex-alcohólico lo
lanzó al estrellato independiente.
Desde esa posición, dedicarse a la dirección no parecía tan
inalcanzable. Poco después del estreno de My
Name is Joe, Peter Mullan debutó como director y guionista en Orphans, película que, a pesar de una
moderada difusión, consiguió varios premios, entre ellos mejor actor (Gary
Lewis) y director en el Festival de Gijón. Cuatro años más tarde, Peter Mullan
repitió como guionista y escritor en Las
hermanas de la Magdalena, ganadora del León de Oro en el Festival de
Venecia. La tercera película del escocés, Neds (No educados y delincuentes
–Ninis a la británica-), llegó en 2010. Aunque cosechó críticas más dispares
que las anteriores, ante las que la crítica especializada se rindió, fue uno de
los éxitos indie de 2010.
Cuando parecía que el actor-director se empezaba a
inclinar por esta segunda faceta, aparece Paddy Considine para romper el
esquema: en Redención, Peter Mullan
ofrece la que probablemente será recordada como su mejor actuación. Es una
encarnación de la violencia y la compasión, un animal a punto de extinguirse
que, rabioso, usa lo poco que le queda de fuerza para destrozar lo que le
rodea: es Tyrannosaur.
La película
En Redención se nos presenta una Inglaterra gris, fría
y violenta. También gris, frío y violento es el protagonista Joseph (Peter
Mullan), un hombre viudo que vive del aire en un suburbio de Leeds. Su rutina
se basa en el alcohol y el juego, siempre salpicados por peleas en las que cae
una y otra vez. Los únicos momentos de paz los pasa cuando va a visitar a su
mejor amigo, moribundo. Tras uno de estos altercados, Joseph se esconde en una
tienda de ropa regentada por Hannah (Olivia Colman), una mujer casada y
profundamente religiosa.
“Creo que lo trajiste aquí para que le ayude a encontrar
su camino. Parece perdido.” Esta oración es pronunciada por Hannah y escuchada
por Joseph, hecho un ovillo como un niño que ante un contratiempo solo espera a
que todo pase. Es especialmente relevante porque marca el paso del prólogo al
desarrollo de la historia que se vertebrará en la relación entre ambos
personajes y su mutua transferencia de calma y violencia, así como en la
búsqueda de la redención que da nombre a la película.
En los
90 minutos de metraje nos veremos imbuidos en un lento descenso al alma de Joseph,
abriéndonos paso a través de la amargura y la brutalidad y frenados por su
hermetismo. Peter Mullan da vida a un personaje complejo e imperfecto, que
escapa de su pasado –ese que parece revivir cuando se acerca a Hannah- usando
el alcohol y la violencia como válvula de escape. A pesar de este desasosegante
envoltorio, Joseph no está exento de piedad y un cierto sentido de la justicia,
así como un sentido del humor, de dandy de suburbio, que hará que simpaticemos
con él por difícil que parezca.
El
personaje de Joseph encarna uno de los polos de la constante dicotomía entre
naturaleza violenta y civilización aparentemente ordenada y segura que marca el
curso del filme. El otro polo es representado por Hannah, que intentará acercar
a Joseph a su mundo y acabará contaminada por el del salvaje. Resulta curiosa
la forma de vida atávica que llevan todos los personajes del filme en una
Inglaterra de 2011 en la que no se utiliza internet. Puede parecer una ucronía,
pero probablemente no lo sea. En este ambiente sórdido en el que parece
imposible encontrar un halo de luz resplandece la figura de Samuel, un niño que
crece en el mismo vecindario de Joseph, entre ladridos, golpes y gritos,
encarnando la inocencia de la infancia con los juegos y la imaginación como su
propio mecanismo de evasión.
Y es en
ese ambiente gris donde irrumpe la figura de Dios a través de la tendera
aparentemente calmada, y con ella las ideas transversales a toda la narración
de la piedad y la ayuda que se transmite entre los dos personajes principales, de
la búsqueda del perdón por un pasado del que huyen unos, de la
búsqueda de la salvación del presente que viven otros. De, en definitiva, las
ansias de redención que dan nombre en España al filme.
Tyrannosaur
tiene un buen guión, pero se sostiene sobre todo por las sólidas
interpretaciones de Peter Mullan –su presencia física y su gesto imponente hacen
gran parte del trabajo- y Olivia Colman –que logra trasmitir un variado
repertorio de emociones que oscilan entre la piedad y la angustia, entre la
impotencia y una fuerte determinación-. Unas interpretaciones que se vertebran
en los silencios, en los pequeños movimientos y en las miradas sostenidas. Es
reseñable la presencia de secundarios muy inspirados, destacando a Eddie Marsan,
que da vida al perverso marido de Hannah.
Dice Peter Mullan que cuando interpretas pierdes mucho tiempo
peleando contra lo que el director percibe que eres, y que la mitad de ellos no
lo saben. Puede intuirse la complicidad entre el actor y Paddy Considine, que,
al menos en su ópera prima, está en la buena mitad.
Veremos un filme crudo en la forma y en el fondo, una película gris y azul grabada
con cámara fría. Una narración de silencios asfixiantes donde la música
extradiegética aparece en contadas ocasiones y a menudo lo hace para romper la
tensión. Una pieza audiovisual de presencias desasosegantes que consigue decir
mucho con pocos diálogos.
Tyrannosaur no es una película para ver en familia un
sábado por la tarde (o tal vez sí: dependerá de qué familia), a menudo se hace
incómoda de mirar, sobre todo por algunas escenas de violencia que Paddy
Considine no duda en mostrar sin filtros. A pesar de esto, es una película
distinta, un baño de realidad sin maniqueísmos que puede recordar a algunos
filmes de Ken Loach, una historia de antihéroes que cuestiona varios pilares de
la cultura occidental como son la idea de Dios, matrimonio, familia y amistad.
Un cuento cotidiano, aún con todo, hermoso.
Roberto Gil García @Robergilgarcia y
Carlos Heras Rodríguez @CarlosHerasRo
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