Si
hablamos de trompetistas famosos, sobre todo en el siglo XX, Miles Davies,
Louis Armstrong o quizá Dizzy Gillespie (si eres un poquito más entendido)
serían los nombres que seguramente sobrevolarían tu cabeza. Resumiendo: jazz,
jazz y más jazz. Parece ser que la trompeta no suena si no es tocada por un
afroamericano en los bares de Nueva Orleans o Chicago.
Aunque
parezca mentira, una vez, un chico en Francia se atrevió a tocar una trompeta
que le había regalado su padre, minero de profesión, aficionado a la música
clásica y proletario por obligación. La familia vivía en un suburbio de Alès,
al sur del país vecino y fue allí, en una comarca de tradición minera, donde
despertó el genio, quizá por necesidad o quizá porque simplemente estaba
escrito en su destino.
Cuando
tenía 18 años y corrían los años cincuenta, este joven tuvo que abandonar la
mina, donde se había introducido más por necesidad que por tradición familiar,
aquejado de problemas respiratorios y pulmonares. Lejos de lamentarse y verse
lastrado por esta situación, encontró en la trompeta su mejor terapia para
superar la enfermedad. Su estado de salud mejoró de forma paralela a su nivel
como trompetista. Su relación con este instrumento fue casi simbiótica; la trompeta
le necesitaba igual o más que él a ella.
El
joven Maurice comenzó a tocar en orquestas y bandas profesionales mientras
continuaba su formación en el conservatorio de la mano de Léon Barthélémy. A
los seis meses de entrar en el conservatorio ganó su primer concurso de solista,
para solo dos años después consagrarse al conquistar el Premio Nacional de
Trompeta.
A
partir de ese momento, el joven minero comenzó a progresar y a destacar de
forma imparable dentro del panorama de la música clásica. Se sucedieron los
premios, los aplausos, los fracs, los sueldos generosos, las trompetas y las
grandes noches de gloria en los más impresionantes auditorios a lo largo y
ancho de la geografía europea. La elegancia francesa mezclada con su
experiencia en la mina y aderezada por una técnica depurada le brindó la
admiración y el respeto de sus colegas de profesión así como horas de aplausos
desde el patio de butacas.
Su
vida ya la resumió en una frase el maestro Jan Leontsky (compositor y pianista
francés): "Dios le puso un don excepcional para la música entre las manos;
su padre le dio la trompeta; la mina, la fuerza y los valores morales; Léon
Barthélémy vio en él prodigio y le formó, y finalmente su mujer, Liliane, le acompañó
y sostuvo toda su carrera".
Esta
es la curiosa historia de un chico humilde que encontró una trompeta en lo más
profundo de una oscura mina; de ese chico que construyó su mito a partir de una
enfermedad pulmonar y que fue capaz de ser considerado el número uno de la
trompeta sin haber pisado nunca un local de Nueva Orleans.
Por
si alguien anda todavía un poco perdido, el chico se llamaba Maurice André y murió
el pasado 25 de Febrero a los 78
años, alejado de las grandes salas de conciertos pero con un hueco preferente
dentro del Olimpo de los trompetistas. Justo entre Miles Davies y Louis
Armstrong.
Enrique Delgado Sanz @delsanz
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