Hace un par de
semanas salí a tomar unas copas a casa de un amigo. El ritual siempre es el
mismo: llamo dos veces al telefonillo, saluda con tono entusiasta y mientras
subo en el ascensor puedo oír como la música va entendiéndose cada vez mejor.
Tengo que confesar que nunca sé qué me encontraré: es capaz de pasar de Bjork a
Rocío Jurado, de Sound of Arrows a Madonna sin ninguna dificultad, sin ningún
complejo.
Pero esta vez
me sorprendió. A medida que me acercaba a la puerta pude ir diferenciando poco
a poco los acordes de una de esas canciones que parece haberse impuesto en
Facebook, Tumblr, Twitter y sucedáneos en la red. Sí, Lana del Rey,
megaestrella de Internet, sensación de la blogosfera, odiada y amada a partes
iguales, se apoderaba de su Spotify ante mi desconcierto. ¿En qué estaba
pensando? ¿Iba a tener que pelearme con el mundo indie-pop hasta en la noche
que había guardado para mi borrachera?
El pobre
hombre no tardó en reaccionar, y riéndose ante mi expresión se decidió a
servirme una copa. “¿Qué? ¿No te gusta?” preguntó, acompañado por el sonido de Video Games. “A Gonzalo [compañero de
aventuras los viernes y vísperas de festivos] y a mí nos encanta, pero todo el
mundo la odia”. Hace un par de semanas, me habría unido a la masa, habría
criticado a Lana del Fake con la
misma maldad de muchos bloggers y twitteros. Pero lo cierto es que, después de
una animada conversación con mis amigos, este fenómeno que se tambalea entre el pop y el indie me estalló
en la cabeza como una obra digna del mismísimo Warhol. Del Rey ha llegado para
sacudirnos a todos en un ataque de irreverencia y banalidad.
Nacida como
Lizzy Grant hace 25 años, la cantante es un nuevo fenómeno de la factoría 2.0.
En agosto de 2011 estrenó Video Games
en Internet, una canción lenta de frases simples, de esas que no causan mucha
impresión pero que después no puedes quitarte de la cabeza, acompañada por un
vídeo amateur que combinaba imágenes de la cantante con fotogramas que, según
sus palabras, había ido recopilando a lo largo de su vida. ¿El resultado? La
vasta prole de Internet, tan seducida por la tendencia indie, se hizo eco de
esta cantante que había conseguido seducir a todos sin apenas hacer nada
De ahí
nacieron la curiosidad y la especulación y, sobre todo, el deseo de averiguar qué
se escondía detrás de su cara angelical. Fue entonces cuando se descubrió que
su padre es Rob Grant, experto en comunicación en Internet, que su labio
superior ha sufrido un aumento importante desde su aparición en la escena pop,
que en su día publicó un disco de
supuestos tintes alternativos que ahora nadie puede encontrar… corrió la voz,
las uñas postizas se hicieron más visibles y Lana del Rey pasó a ser otro
artificio más del mainstream. Hinchó la burbuja de la especulación artística
para pinchar estrepitosamente, primero en directo en Saturday Night Live y
posteriormente entre los críticos musicales con el estreno de su álbum debut Born to Die a principios de este año.
Aún así, Del
Rey ha seguido acaparando portadas, aumentando sus visitas en YouTube (ya van
más de 64 millones de reproducciones) y generando peleas entre internautas a
favor y en contra de la artista. Hay algo más allá del fenómeno fan (el de Lana
es demasiado joven incluso para Internet) que ha conseguido que sobreviva y
siga fascinando. Y es la polémica. Porque todos tienen algo que decir sobre la
cantante. En el universo de la democratización digital, donde toda opinión
puede ser escuchada, toda voz siente la obligación (o el deseo) de alzarse en
contra o a favor de lo que considera “correcto”. Todo pensamiento, por muy
descabellado que sea, tiene cabida en el ciberespacio. Y sobre todo si son
opiniones negativas.
A quienes sean
tan curiosos como yo no les costará encontrar actuaciones de Lizzy Grant (AKA
Lana del Rey) en Internet. No son brillantes, cierto, pero funcionan. Sabe
moverse sobre el escenario, tiene una voz profunda y envolvente, y sus letras
son sencillas pero directas. Poco a poco vamos descubriendo a una Lolita
arrogante que esconde su insolencia en canciones pop sobre un amor
desafortunado, y que de cara al público se muestra ingenua, asustadiza. Por eso
irrita verla tambaleándose sobre el escenario de SNL, sin saber qué hacer con
los brazos, y enfada pensar que se atribuye a sí misma el título de “la versión
gángster” de Sinatra.
Pero lo peor
de todo es que somos nosotros quienes reaccionamos con violencia, quienes
acudimos salvajemente a nuestro ordenador o smartphone para criticar y hacer
que el nombre resuene, sin saber que Internet es un arma de doble filo. Y a
medida que crecen las críticas, aumentan las visitas, y con ellas los
seguidores. Aparece la compasión, la empatía, y ese virus que aún conservamos
de la adolescencia que nos insta a sentirnos incomprendidos y a creer que Lana
del Rey esconde La Verdad entre los versos de sus desafortunadas historias.
Por eso Lana
del Rey funciona, porque ha sabido hacer que todos caigan en sus redes aun sin
ofrecer un anzuelo demasiado suculento. Pero hemos picado y ahora Born to Die retumba en nuestras cabezas.
¿El último movimiento? El estreno del videoclip de Blue Jeans, otro episodio de su personal tragedia con el que
consigue sumergirnos un poco más en su universo californiano de melodramas para
todos los públicos. Atentos, porque Lana del Rey ha llegado y quién sabe cuánto
tiempo se quedará.
Javier Gil-Casares Lacambra @Javi_GCL
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