Podemos limitarnos a aceptar que esas 300.000 personas han emigrado, pero también podríamos ser un poco más cuidadosos con las palabras y dibujar una realidad más cruda y precisa diciendo que simplemente han huido (DRAE: 1. Alejarse deprisa, por miedo o por otro motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia.) Que no se van (que no nos vamos), los echan (nos quieren echar).
Hoy ser joven en España es para
una mayoría de nuestra generación una aspiración a estado transitorio: no
porque queramos dejar de ser jóvenes, sino porque queremos dejar de ser jóvenes
aquí y así. En un país cuyo
paro juvenil roza el 50%, cuya tasa de temporalidad en el empleo se sitúa
en torno al 60%, en el que el acceso a la vivienda es un lujo y no un derecho
tal y como se reconoce formalmente mientras se calcula que hay entre
cinco y seis millones de viviendas vacías, parece francamente difícil hacer
planes de futuro.
Vivimos en tiempos de retroceso
en lo que respecta a nuestros derechos: vemos cómo se eliminan los viejos a
través de reformas
laborales o de ataques
directos a la educación; vemos cómo algunos conseguidos con años de luchas
retroceden a través de ataques
deliberados al derecho a decidir de las mujeres; vemos cómo un nuevo
espacio de libertad y acceso a la cultura y al conocimiento como es Internet se
coarta a través de nuevas
leyes y decisiones
empresariales que ponen en peligro el ejercicio de esta libertad y el
mantenimiento de una cierta intimidad en la red. Asistimos a momentos en los que,
en síntesis, percibimos que se perpetúan y agudizan viejas formas de
explotación y control, y se crean otras nuevas en nuevos ámbitos de nuestra
vida y nuestra producción que exceden los horarios de trabajo.
En este contexto se confunden las
palabras: lo que unos llaman “austeridad” es sinónimo de precariedad para toda
una generación; lo que unos
llaman “crear una experiencia más simple y más intuitiva” es sinónimo de poner
nuestro tráfico diario en la red al servicio de los beneficios publicitarios de
una de las mayores empresas del mundo. Y mientras tanto, los pocos medios progresistas (convencionales, sí, pero
progresistas) que nos servían van bajando la persiana.
Nuestra vocación entonces no es
otra que llamar a las cosas por su nombre. Contar cómo ante este panorama hay gente
que responde, contar que se construyen alternativas también en los medios
de comunicación y tratar de aprehender el sentir de una generación que se ahoga porque le
roban el aire. Poner un grano de arena en la labor de verter este sentir en
la red, narrando la revuelta y la alegría, es, según entiendo, el propósito de
PopPol.es.
Carlos Heras Rodríguez @carlosherasro
¡Enhorabuena y a por ello!
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