domingo, 18 de marzo de 2012

Sin techo ni ley: la belleza del error


Según la RAE la palabra “errar” tiene dos acepciones diferenciadas. Por un lado hace referencia a la acción de equivocarse. Por otro, al hecho de vagar sin rumbo. No obstante, las fronteras entre ambos conceptos resultan difusas para la inmensa mayoría. En el imaginario colectivo la persona que renuncia a las comodidades de la vida cotidiana para deambular sin rumbo solo puede estar equivocada o loca.


          En “Sin techo ni ley” (Sans toit ni loi), película proyectada dentro del ciclo de cine feminista que se prolongará hasta finales de Marzo en Museo Reina Sofía, la directora belga Agnès Varda nos acerca a la realidad de uno de estos espíritus errantes. La sinopsis es sencilla: una joven vagabunda aparece muerta por congelación al sur de Francia. No conocemos apenas nada su vida, pero a través del testimonio de las personas que compartieron con ella sus últimas semanas de existencia iremos reconstruyendo retazos de una personalidad que logró agitar las conciencias de aquellos que se cruzaron en su camino.
Aunque se trata de una obra de ficción, bien podría responder al género documental. Porque la directora nos muestra una realidad aséptica y descarnada, sin caer en el sentimentalismo barato ni en los juicios morales preconcebidos. Es cierto que el deseo de escapar inherente al ser humano y la miseria a la que se enfrentan estos locos errantes que deciden salirse de los engranajes del sistema ha sido retratado frecuentemente en la historia del cine: desde Charlot, el vagabundo encarnado por Chaplin, hasta el idealista soñador que protagonizó Hacia Rutas Salvajes de Sean Penn. Sin embargo,  la película de Varda resulta innovadora en la medida en que no pretende moralizar, ni concienciar, sino que busca algo a priori tan simple y en realidad tan complicado como narrar de modo puro y objetivo una realidad tan sórdida.

En Sans toit ni loi hay sexo sucio, uñas sucias y vidas sucias. Hay personajes diametralmente opuestos que, sin embargo, comparten un sentimiento latente de hastío y tedio vital. Lo que les diferencia es la postura que asumen ante esta insatisfacción. Algunos, como el camionero o el mecánico, recurren al sexo para evadirse de la realidad. Otros, como la mayoría del lumpen social retratado, a las drogas. El filósofo cambia las elucubraciones metafísicas por un rebaño de ovejas. La profesora de universidad redime su complejo de intelectual burguesa acomodada acogiendo a una “sin techo” durante algunos días. La anciana finge que no ve porque no quiere mirar, la criada imagina amor y recibe semen de un joven que nunca sentirá nada por ella. Todos están perdidos, pero no quieren asumir su error, su vagar. Solo unos cuantos locos valientes, como la protagonista Mona, deciden escapar de la sociedad para huir de sí mismos. Quizás es precisamente esa consciencia de la propia miseria y la decisión de ser consecuente con su ausencia de compromiso las que hacen que una mujer fea, áspera y hedionda como Mona resulte magnética y atractiva.

Aunque el coste de oportunidad de una libertad tan radical sea una profunda soledad y en el camino se quiebren los principios y afloren las pulsiones más primitivas. Aunque el frío y el hedor que impregna todo el filme sean palpables incluso por el espectador. Aunque no se ofrezcan soluciones, ni alternativas, ni esperanza. Aunque el nihilismo sea la piedra angular en torno a la que se estructura esta suerte de nouveau roman y nos sintamos miserables, asqueados y culpables ante la retahíla de imágenes grises e inhóspitas que nos agreden. A pesar de todo ello, esta película es necesaria. Porque es profundamente bella. Y, como dijo otro ilustre francófono, la belleza será convulsiva, o no será.

María de Castro Ramos @Mariabeat92

2 comentarios:

  1. ¿Cúan difícil es huír?. ¿Cúanto lo es quedarse?. En el río de aguas torrenciales y turbulentas podemos continuar arrastrados por la corriente, buscar la orilla o el fondo.

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