El
castrado es una figura curiosa, por lo menos para los que conservamos todos
nuestros miembros, pero hubo una época en la que los eunucos sustentaban las
plantillas de los coros de las iglesias italianas. El motivo que propiciaba las
mutilaciones masculinas era la música, más concretamente la música coral.
Muchos jóvenes eran prácticamente obligados a sufrir estas prácticas con el fin
de que no les cambiase la voz para así, seguir cantando en sus coros.
Para
cualquier parroquia, el momento en el que sus sopranos masculinos cambiaban la
voz era un período crítico, ya que se arriesgaban a perder a la mitad de la
agrupación. Efectivamente, aunque ahora nos parezca retrógrado, hubo épocas en
las que los coros de las iglesias estaban compuestos únicamente por hombres, en
realidad en su mayor parte por niños. En estos años la situación era la
siguiente: si te cambia la voz y no nos sirves para cantar, olvídate de ganar
algo de dinero y muérete de hambre. La reacción de muchos chavales pobres era
la de automutilarse.
Pero
no fue esa la razón que llevo a nuestro protagonista de hoy a la castración.
Alessandro Moreschi era un chico de familia muy humilde que nació en Roma en el
año 1858. Para entonces la castración ya estaba mal vista por la sociedad y la
Iglesia movía los hilos pertinentes para prohibirla, hasta conseguirlo en 1870.
Para
entonces, el bueno de Alessandro ya estaba mutilado, pero no por prescripción
de un obispo. Un galeno aconsejó a la familia Moreschi la castración de su
retoño con fines médicos, puesto que sufría una severa hernia inguinal. Con
solo siete años, Alessandro tenía la certeza de que iba a tener una voz
angelical (o por lo menos aguda) durante el resto de su vida. Supo
aprovecharlo.
El
ángel de Roma, como era conocido nuestro protagonista, no pudo recibir una
buena formación musical adaptada a las peculiaridades de su voz, por lo que en
muchas ocasiones sus interpretaciones no eran de gran calidad. Esto fue así
porque todos los maestros de coro que otrora habían sido castratis ya habían
fallecido y no pudieron modelar su voz ni enseñarle la técnica del canto.
A
falta de maestro y formación, Moreschi contaba con una gran ventaja; era el
mejor en su puesto. ¿Por qué? Porque no había otro. Gracias a ello, y pese a
cantar de una forma desafinada, destemplada y técnicamente deficiente, logró ostentar
el prestigioso puesto de solista en la respetada coral de la capilla Sixtina
durante quince años (1883-1895), para después dirigirla hasta 1913. Nueve años
después, el maestro Moreschi moriría solo, pero dejando como legado la única
grabación que existe de la voz de un castrato.
Quizá
Moreschi no cantara como el mítico Farinelli
ni tampoco tuviese una voz angelical, pero como dice el refrán: “en el país de
los ciegos, el tuerto es el rey”; Alessandro Moreschi supo aprovechar que era
único en su tiempo para pasar de vivir en una pequeña casa medio derruida en la
periferia romana a ser respetado y resistir al paso de los años, siendo recordado
como el último castrati de la música clásica.
0 comentarios:
Publicar un comentario