La cuestión es: ¿realmente
podemos decir menos mal? No, yo creo,
y afirmo, que no podemos decirlo; que
igual de mal. Todavía no se ha conseguido aquella igualdad que exigía el movimiento feminista durante su etapa más
joven. Dicen que las televisiones son un mero reflejo de la sociedad y, aunque
este es un asunto bastante discutible en el que no profundizaremos, no deja de
asustar esta afirmación teniendo en cuenta el tipo de programación que más
éxito tiene actualmente. ¿Quién quiere casarse con mi hijo?, Novias a dieta y Jersey Shore son solamente algunos
ejemplos de estos programas que cosifican a la mujer y contribuyen al
mantenimiento de esos roles patriarcales que nos esclavizan tanto a hombres
como a mujeres. Sin menospreciar los grandes logros que se han conseguido a
nivel legislativo en las últimas décadas (aborto,
divorcio, ley
de igualdad…), no podemos ceder ante la comodidad que ofrece el conformismo.
Cuesta creer que todos somos iguales cuando nos lo dicen los mismos medios que
reducen la felicidad de una mujer a adelgazar diez kilos antes de su boda.
En la publicidad, sin embargo, podemos
afirmar que se han producido una serie de
cambios importantes. Un ejemplo es la asombrosa evolución de la esposa que
preparaba la cena a su marido, a la madre que ahora da a su hijo la merienda y
le quita las manchas. También llama la atención el enfoque de algunas campañas
publicitarias como, por ejemplo, la de la marca de desodorantes Axe. Esta
estrategia basada en el eslogan “Efecto AXE” se mantiene año tras año (con
sorprendente éxito) a pesar de las numerosas denuncias
impuestas en su contra. En estos anuncios un tipo bastante normal, obviamente usuario
del desodorante, atrae hacia él a seductoras mujeres, como si de un rebaño de
ovejas se tratase.
Con esta reflexión no pretendo hacer
una crítica destructiva ni eludir responsabilidades, ya que si los medios los
emiten por algo será (como
entenderán, si puedo comentar esos programas es precisamente porque los he
visto). Sin embargo, considero preocupante la incapacidad de la sociedad para
agruparse bajo un “mismo lema” con una serie de objetivos comunes. Resulta
curioso que un amplio sector de la población considere válidas, e incluso
necesarias, muchas de las exigencias feministas y, sin embargo, se asusten al
escuchar esta denominación concreta. La palabra maldita: feminismo. A algunos les cuesta imaginar a una feminista
que no esté sin depilar y arengando a una masa furiosa que quema sujetadores.
En caso de que el feminista sea un hombre, su valoración será más simple: tonto. Es inquietante el comportamiento
machista que ostentan muchas mujeres. Aquellas que no se dan cuenta de que ser
mujer es un elemento marginador por
naturaleza. Esto quiere decir que la existencia femenina crea aislamiento y
pérdida de derechos; incluso en aquellos ámbitos ya minoritarios y rechazados
de por sí, como el colectivo homosexual
o los inmigrantes.
Hoy, Día Internacional de la
Mujer trabajadora (lo dice hasta Google) debemos celebrar todos los éxitos
conseguidos, pero también coger aire y recuperar fuerzas para seguir con este
proceso que otros comenzaron, por las generaciones futuras y asumiendo cierta responsabilidad histórica. Todo es, en
realidad, un tira y afloja con la sociedad y la política y no podemos permitir
que por quedarnos parados se retroceda ni un paso.
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