Hace unos meses, en aquellos trepidantes días de mayo en los que
las plazas se llenaban de gente y Sol comenzaba a convertirse en sinónimo de
asamblea, de movimiento y de creación colectiva, las feministas madrileñas
sufrimos una de las peores decepciones de nuestra experiencia reciente. Estamos
acostumbradas, para qué engañarnos, a trabajar “en terreno hostil”, a que cada
día lo urgente relegue a lo importante y a que cada palabra o imagen nos
suponga una discusión, pero no nos lo esperábamos en Sol.
Para ponernos en situación, intentemos reproducir mentalmente el
colorido de los andamios que rodeaban la Puerta del Sol, llenos de pancartas de
todo tipo, fruto de la necesidad de tomar la plaza a partir de la creación
colectiva de un nuevo discurso, en el que cabía por el momento todo aquello que
gritase por un cambio. Ingenuas de nosotras, quisimos unirnos a ese grito con
una pancarta en la que se leía: “La revolución será feminista o no será”. La
reacción, queremos pensar que no unánime, pero desde luego sí masiva, fue un
tremendo abucheo seguido de un aplauso igual de intenso hacia el “héroe” que la
arrancó de cuajo.
Este desagradable y, al mismo tiempo, clarificador episodio, fue
una muestra más del rechazo visceral que sigue suscitando la inclusión del
feminismo (incluso de la propia palabra) en el discurso y la práctica de los
movimientos sociales. Por tanto, diez meses después y ante la perspectiva de
una Huelga General, continúa siendo imprescindible gritar que “La huelga será
feminista o no será”, es decir, reivindicar que la lucha de las mujeres y su
problemática es parte sustancial de la lucha contra el Régimen.
La reforma laboral no es sino una lanza más en la ofensiva
neoliberal de recortes de derechos, expolio de los bienes comunes y
precarización de nuestras vidas. Se trata de una reforma que reduce a las
trabajadoras a mercancía cada vez más vulnerable, alienada y deshumanizada, al
servicio de los deseos del empresario de turno.
De esta manera, la nueva reforma no
ataca “solo” nuestras condiciones laborales, sino que trastoca por completo
nuestras condiciones de vida, nuestra posibilidad de vivir una vida “que
merezca ser vivida”. Pretenden que nos conformemos con una existencia
supeditada a las demandas de ese ente insaciable y depredador que son los
mercados, así como a la lógica absurda de la búsqueda del beneficio material a
toda costa. Se acentúa así la condena de los trabajos de cuidados, aspecto
vital que se pasa por alto en la concepción de la vida laboral y cuyo olvido no
hace sino perpetuar la concepción de los mismos como una cuestión personal,
privada. Nos olvidamos entonces de que se trata del sustento mismo de todo el
sistema, y que debería tratarse como una responsabilidad colectiva.
Es sobre las mujeres, en cambio,
sobre las que recae implícitamente esta responsabilidad, heredada y transmitida
a partir de una construcción tramposa de nuestra misma identidad de género. Y
por si cabe alguna duda, recurrimos a algunos datos: las mujeres seguimos
cobrando un 22% menos que los hombres, percibiendo unas pensiones contributivas
que nos vuelven dependientes y ocupando los trabajos feminizados y, por ello,
devaluados. El 80% de los contratos a tiempo parcial pertenecen a mujeres que,
al mismo tiempo, en momentos de crisis -es decir, cuando una familia no puede
permitirse contratar a otra mujer, precaria y si puede ser migrante, que pueda
encargarse de los cuidados-, son las que renuncian en un primer momento a su
carrera o perspectivas laborales para hacerse cargo de este trabajo
invisibilizado.
En esta huelga, por lo tanto, no
podemos conformarnos con parar sólo la producción sino que hemos de aspirar a
detener el sistema de manera más profunda; nuestra huelga ha de ser de consumo,
de pagos y, por supuesto, de cuidados. Porque la estructura capitalista es
rentable debido a que se sustenta sobre la red de trabajos invisibles y
no-remunerados que realizan las mujeres y, si éstas parasen, se derrumbaría.
Las relaciones de poder jerárquicas propias del capitalismo tienen su origen en
el sistema patriarcal, y es imprescindible sacar a la luz la velada y perversa alianza entre
capitalismo y patriarcado.
Por todo esto, no cabe una huelga en
la que las precarias, las paradas, las jubiladas, las amas de casa, las
explotadas, las mujeres con diversidad funcional, las putas, las migrantes con y sin papeles que sostienen las cadenas de cuidados
globales, las bolleras, las trans y, en definitiva, todas las oprimidas por el
sistema capitalista y patriarcal, no estemos incluidas. No cabe una huelga en
la que no estén presentes las reivindicaciones feministas, y en la que no pueda
gritarse, por fin, que la revolución será feminista o no será.
Andrea G. Santesmases y Cecilia Cienfuegos, militantes del Colectivo Mantys
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