Parece ser que el hombre no era muy agraciado, pero la historia de
la música cuenta que fue el más destacado violinista de su época. De hecho, hoy
en día, muchos expertos siguen considerándolo como el más brillante violinista
de la historia. Pero su virtuosismo musical no se limitó al violín, ya que
también dominaba con gran destreza la viola, la guitarra y el arte de la
composición.
El propio Niccoló, que así se llamaba el artista, comentó que las
mujeres caían rendidas a sus pies (y a los de su cama) simplemente con escuchar
una nota proveniente de cualquiera de sus violines –cinco Stradivarius, un
Guarnerius y dos Amati-. Por el contrario, y después de complacerlas, él
prefería caer rendido en los brazos del licor y el juego.
Niccoló era brillante, superlativo, quizá demasiado soberbio para
los que comenzaron a crear su leyenda. Una leyenda, que junto con sus
enrevesadas composiciones, le mantendrá vivo en el recuerdo del mundo de la
música clásica. Los libros que adornan las bibliotecas de los conservatorios
relatan que en sus conciertos, este italiano se contoneaba y retorcía sobre su
violín de forma tan agresiva y violenta que parecía poseído.
El verbo parecer rápidamente se tornó en el verbo ser cuando uno de
sus coetáneos, un personaje misterioso y anónimo, aseguró que había escuchado
al maestro genovés implorar, postrado de rodillas, a una figura difusa en una
habitación en penumbra.
“Mi alma es tuya, príncipe del mal, amo de las tinieblas,
si me permites tocar como un ángel”
La fama del virtuoso creció de
forma exponencial a partir de este suceso mientras que su cuerpo se deformaba,
como consecuencia del pacto con el diablo para unos o, para los más sensatos,
fruto de los drásticos tratamientos con mercurio que se vio obligado a recibir
después de una vida plagada de excesos en las tabernas y que se apagaba
lentamente a consecuencia del sífilis.
Cuando su pentagrama se quedó sin
música, el Arzobispo de Niza, ciudad donde murió, se negó a oficiar su funeral alegando
que se había entregado al demonio y ordenó que el ataúd donde yacía el virtuoso
permaneciera escondido durante años en el sótano de un edificio en ruinas.
Antes de morir, el gran Niccoló
Paganini, no sabemos si ayudado o no por El Maligno, se exhibió una última vez ante
un patio de butacas repleto al ejecutar una de sus últimas creaciones-. Hasta
aquí todo es normal. La genialidad se encuentra en que durante el concierto, Paganini
destrozó las cuerdas de su violín hasta solo conservar una, sobre la que
ejecutó la pieza sin detenerse un segundo y haciendo gala de una afinación
sobrenatural.
Enrique Delgado Sanz @Delsanz
Gran genio Paganini. Me ha encantado el artículo.
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