Hace un par de
semanas salí a tomar unas copas a casa de un amigo. El ritual siempre es el
mismo: llamo dos veces al telefonillo, saluda con tono entusiasta y mientras
subo en el ascensor puedo oír como la música va entendiéndose cada vez mejor.
Tengo que confesar que nunca sé qué me encontraré: es capaz de pasar de Bjork a
Rocío Jurado, de Sound of Arrows a Madonna sin ninguna dificultad, sin ningún
complejo.
Pero esta vez
me sorprendió. A medida que me acercaba a la puerta pude ir diferenciando poco
a poco los acordes de una de esas canciones que parece haberse impuesto en
Facebook, Tumblr, Twitter y sucedáneos en la red. Sí, Lana del Rey,
megaestrella de Internet, sensación de la blogosfera, odiada y amada a partes
iguales, se apoderaba de su Spotify ante mi desconcierto. ¿En qué estaba
pensando? ¿Iba a tener que pelearme con el mundo indie-pop hasta en la noche
que había guardado para mi borrachera?