martes, 13 de marzo de 2012

“Un agujero nunca es simplemente un agujero” en el mundo de Charles Burns

Eso dice él. Impactante, llena de intriga, asquerosa, surrealista en términos oníricos, fruto de una fiebre de cuarenta grados. Así es la obra de Charles Burns, artista gráfico estadounidense. No quiero llenaros la página de datos biográficos (¿qué mas dan?), sino que os quedéis con ese nombre y lo asociéis a un estilo.

Y el estilo de Burns se identifica inmediatamente con lo que es su obra suprema, el culmen de su trabajo: Black Hole. Una obra que tardó diez años en crear, que se publicó en varios tomos separados y que luego se han unido para crear lo que posiblemente sea una de las más angustiosas colecciones de imágenes que apelan directamente al estómago y a los límites de la consciencia. La historia se centra en la comunidad adolescente de los años 70, en una pequeña localidad americana. Una plaga se extiende, una enfermedad de transmisión sexual que deforma extrañamente a los que la contraen, relegándolos a la alienación social.

Podría pensarse que el autor quiere que saquemos la conclusión del problema del sexo no seguro, pero nada más alejado de la realidad. La lectura es mucho más profunda, sin llegar a estar oculta. Black Hole nos habla del cambio espiritual de la adolescencia, y lo extrapola al plano físico. Todas esas dudas, las tribulaciones, la culpabilidad, el deseo, el descubrimiento, la preocupación por el qué dirán; todo ello se representa de manera visual.
En un mundo de drogas, sexo, clases, miedo a lo desconocido, cosas que se descubren y no gustan o no satisfacen por completo; en un mundo así Burns se centra en dos chicos y dos chicas. Ellos serán los representantes de su entorno. Con un dibujo en blanco y negro, que abunda en el uso de la pluma y también pinceles, Burns consigue crear personajes y escenarios barrocos, cargados, asfixiantes. Cualquier página es un disparo directo a nuestra capacidad de aguante.


Sumergirse en cualquier obra de Charles Burns, en Black Hole especialmente, es soñar despierto, un sueño movido, oscuro, siniestro y en cierto modo disgusting, que dirían por su tierra. Sus trabajos beben, según él mismo, de Burroughs, de la cultura punk rock, Bill Elder, (de algunas pastillas psicotrópicas creo yo) y, aunque parezca inverosímil, del Tintín de Hergé.
De hecho, su última publicación, X’ed Out (traducido al castellano como Tóxico), es una referencia explícita a Tintín. Desde su portada (paralela a la de La estrella misteriosa) la fuente es inequívoca. Como ninguna duda ofrece tampoco el hecho de que se nutre del concepto de la Interzona de Burroughs o de Freud y sus teorías sobre el sueño. En este primer tomo de lo que se planea una trilogía por primera vez se incorpora el color. Y el color plano y vivo no es sólo un mero añadido, el color es parte del guión. El color es significativo, nos cuenta cosas, nos hace comprender mejor otras. El color, unido a un nuevo tratamiento de la línea, crea una atmósfera mugrienta con tonos, como el título indica, tóxicos.

No tardéis un minuto más, meteos en Internet y buscad imágenes de su trabajo, y cuando la baba os esté cayendo por la barbilla buscad sus obras gráficas y haceos con ellas. Ya sea Black Hole, X’ed Out, El Borbah o Skin Deep, que acabo de leer para deleite de mi mente y sentidos, tan necesitados de su paranoia en días anodinos.

Álvaro Pelegrín Martos Jiménez @PelegrinM

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