miércoles, 4 de abril de 2012

El último castrati



El castrado es una figura curiosa, por lo menos para los que conservamos todos nuestros miembros, pero hubo una época en la que los eunucos sustentaban las plantillas de los coros de las iglesias italianas. El motivo que propiciaba las mutilaciones masculinas era la música, más concretamente la música coral. Muchos jóvenes eran prácticamente obligados a sufrir estas prácticas con el fin de que no les cambiase la voz para así, seguir cantando en sus coros.

Para cualquier parroquia, el momento en el que sus sopranos masculinos cambiaban la voz era un período crítico, ya que se arriesgaban a perder a la mitad de la agrupación. Efectivamente, aunque ahora nos parezca retrógrado, hubo épocas en las que los coros de las iglesias estaban compuestos únicamente por hombres, en realidad en su mayor parte por niños. En estos años la situación era la siguiente: si te cambia la voz y no nos sirves para cantar, olvídate de ganar algo de dinero y muérete de hambre. La reacción de muchos chavales pobres era la de automutilarse.
Pero no fue esa la razón que llevo a nuestro protagonista de hoy a la castración. Alessandro Moreschi era un chico de familia muy humilde que nació en Roma en el año 1858. Para entonces la castración ya estaba mal vista por la sociedad y la Iglesia movía los hilos pertinentes para prohibirla, hasta conseguirlo en 1870.
Para entonces, el bueno de Alessandro ya estaba mutilado, pero no por prescripción de un obispo. Un galeno aconsejó a la familia Moreschi la castración de su retoño con fines médicos, puesto que sufría una severa hernia inguinal. Con solo siete años, Alessandro tenía la certeza de que iba a tener una voz angelical (o por lo menos aguda) durante el resto de su vida. Supo aprovecharlo.
El ángel de Roma, como era conocido nuestro protagonista, no pudo recibir una buena formación musical adaptada a las peculiaridades de su voz, por lo que en muchas ocasiones sus interpretaciones no eran de gran calidad. Esto fue así porque todos los maestros de coro que otrora habían sido castratis ya habían fallecido y no pudieron modelar su voz ni enseñarle la técnica del canto.
A falta de maestro y formación, Moreschi contaba con una gran ventaja; era el mejor en su puesto. ¿Por qué? Porque no había otro. Gracias a ello, y pese a cantar de una forma desafinada, destemplada y técnicamente deficiente, logró ostentar el prestigioso puesto de solista en la respetada coral de la capilla Sixtina durante quince años (1883-1895), para después dirigirla hasta 1913. Nueve años después, el maestro Moreschi moriría solo, pero dejando como legado la única grabación que existe de la voz de un castrato.
Quizá Moreschi no cantara como el mítico Farinelli ni tampoco tuviese una voz angelical, pero como dice el refrán: “en el país de los ciegos, el tuerto es el rey”; Alessandro Moreschi supo aprovechar que era único en su tiempo para pasar de vivir en una pequeña casa medio derruida en la periferia romana a ser respetado y resistir al paso de los años, siendo recordado como el último castrati de la música clásica.
  


Enrique Delgado Sanz @delsanz

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