sábado, 3 de marzo de 2012

Editorial Pol: Narrar la revuelta, narrar la alegría

A principios del mes pasado se reprodujo una noticia que llamaba la atención, aunque no debería sorprender: durante lo que llevábamos de crisis más de 300.000 jóvenes habían emigrado (DRAE: 1.Dicho de una persona, de una familia o de un pueblo: Dejar o abandonar su propio país con ánimo de establecerse en otro extranjero.). En 2011 el saldo migratorio de España fue negativo, es decir: se había acabado la fiesta, volvíamos a ser un país de emigrantes. 
Podemos limitarnos a aceptar que esas 300.000 personas han emigrado, pero también podríamos ser  un poco más cuidadosos con las palabras y dibujar una realidad más cruda y precisa diciendo que simplemente han huido (DRAE: 1. Alejarse deprisa, por miedo o por otro motivo, de personas, animales o cosas, para evitar un daño, disgusto o molestia.) Que no se van (que no nos vamos), los echan (nos quieren echar).
Hoy ser joven en España es para una mayoría de nuestra generación una aspiración a estado transitorio: no porque queramos dejar de ser jóvenes, sino porque queremos dejar de ser jóvenes aquí y así. En un país cuyo paro juvenil roza el 50%, cuya tasa de temporalidad en el empleo se sitúa en torno al 60%, en el que el acceso a la vivienda es un lujo y no un derecho tal y como se reconoce formalmente mientras se calcula que hay entre cinco y seis millones de viviendas vacías, parece francamente difícil hacer planes de futuro.
Vivimos en tiempos de retroceso en lo que respecta a nuestros derechos: vemos cómo se eliminan los viejos a través de reformas laborales o de ataques directos a la educación; vemos cómo algunos conseguidos con años de luchas retroceden a través de ataques deliberados al derecho a decidir de las mujeres; vemos cómo un nuevo espacio de libertad y acceso a la cultura y al conocimiento como es Internet se coarta a través de nuevas leyes y decisiones empresariales que ponen en peligro el ejercicio de esta libertad y el mantenimiento de una cierta intimidad en la red. Asistimos a momentos en los que, en síntesis, percibimos que se perpetúan y agudizan viejas formas de explotación y control, y se crean otras nuevas en nuevos ámbitos de nuestra vida y nuestra producción que exceden los horarios de trabajo.
En este contexto se confunden las palabras: lo que unos llaman “austeridad” es sinónimo de precariedad para toda una generación; lo que unos llaman “crear una experiencia más simple y más intuitiva” es sinónimo de poner nuestro tráfico diario en la red al servicio de los beneficios publicitarios de una de las mayores empresas del mundo. Y mientras tanto, los pocos medios progresistas (convencionales, sí, pero progresistas) que nos servían van bajando la persiana.
Nuestra vocación entonces no es otra que llamar a las cosas por su nombre. Contar cómo ante este panorama hay gente que responde, contar que se construyen alternativas también en los medios de comunicación y tratar de aprehender el sentir de una generación que se ahoga porque le roban el aire. Poner un grano de arena en la labor de verter este sentir en la red, narrando la revuelta y la alegría, es, según entiendo, el propósito de PopPol.es.

Carlos Heras Rodríguez @carlosherasro

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