sábado, 3 de marzo de 2012

El capitalismo tiene alma... ¡la nuestra!

A lo largo de las últimas décadas hemos sido testigos de dos procesos que se encuentran íntimamente relacionados. Hablamos de una gradual "humanización” de las relaciones laborales y productivas, al mismo tiempo que habitamos tiempos donde la condición humana se encuentra, precisamente, más amenazada que nunca. Cuantos más valores humanos incorporan las empresas/mercado a la hora de comprender tanto la venta de sus productos como la composición de sus plantillas, mayor es el grado de mercantilización del conjunto de relaciones humanas. Una humanización del mercado y todo lo que le rodea implica una deshumanización del tiempo y la vida. No se trata de reivindicar viejos modelos, donde primaban por encima de todo unas normativas laborales que exigen no pensar y realizar actos rutinarios en la cadena de montaje. Adam Smith, cuando estudiaba la fábrica de alfileres en el siglo XVIII, ya destacaba que es un empleo que "embrutece el alma", y Marx en el siglo XIX afirmaba que "arruina el espíritu”. 


Asedio

En el siglo XXI sucede al contrario; nuestro espíritu sufre no por omisión en el trabajo, sino por un excesivo ejercicio e implicación laboral del mismo. Se satura nuestra capacidad de gestionar mentalmente tal cantidad de información y estímulos recibidos. Obligados a poner a trabajar nuestras capacidades cognitivas, comenzamos a sustituir la obediencia rígida al jefe por el control de clientes y proveedores, o los tiempos informáticos que controlan nuestra actividad a través del ordenador o el móvil. Nuestra mente colectiva se colapsa. Franco Berardi, "Bifo", define la alienación de nuestros tiempos como una situación en donde somos capaces de alcanzar cualquier punto, pero más importante aún es que podemos ser alcanzados desde cualquier punto. La atención está en todas partes asediada. No es silencio, sino un ruido ininterrumpido, un espacio cognitivo sobrecargado con incentivos nerviosos que incitan a actuar.

Endesa no sólo es luz o gas, también son personas. Desgraciadamente, como nos recuerda Gilles Deleuze, se nos enseña que las empresas tienen un alma, lo cual es sin duda la noticia más terrorífica del mundo. De ese alma estamos obligados a formar parte. A participar de una cultura empresarial que incentiva nuestra actividad, apelando a nuestras sensaciones, sensibilidades y pensamientos. En ocasiones sucede en forma de performance tipo lip dup y de planteamientos totalmente alejados de lo que en principio se entiende por "trabajar", como puede ser irse de fiesta para buscar empleo.

Para nada importa la precariedad, ante todo debes mostrarte con una actitud proactiva, abierta, obligado a ser feliz siempre, a pesar de todo. Las sonrisas profident y la exigida apariencia de plástico tienen un trastero oscuro que no reluce tanto como aparenta la fachada. Menos planificación y más acción. Adaptación al cambio constante, son las líneas maestras que exponen 12 altos directivos en un libro que trata el nuevo modelo de gestión empresarial. Se llama la producción a tiempo real -just in time-. Una aceleración constante donde la contradicción entre el tiempo virtual infinito y la capacidad humana finita, o la pérdida de brújula ante una continúa incertidumbre, provoca la depresión social. Según un estudio de 2010 de la Fundación Pzfier, en España se consumen al año 33 millones de antidepresivos. La venta de tranquilizantes asciende a 52 millones de unidades al año. El estrés, la depresión, el suicidio, o el consumo de fármacos son algunas consecuencias del gobierno de la esquizofrenia.

¡Hasta el infinito y más allá!
El alma del capitalismo va más allá de los límites del espacio físico y el tiempo del centro de trabajo.  Ahora se adentra también en la ciudad,  en nuestras cabezas y relaciones, haciendo de éstas no ya un mero consumidor-receptor, sino también un productor. No somos más objeto del marketing; ahora, más bien, nos convierten en el marketing mismo. Las grandes empresas de publicidad de la UE piden manos libres para rastrear los gustos de los internautas. Acusan dejar de ganar 80.000 millones de euros y el responsable del estudio, Jacques Bughin, considera que "el valor de los servicios es mucho más grande que la preocupación de la privacidad”.

Las palabras comunicación y comunidad comparten  la misma raíz porque están relacionadas una con la otra. Son los ingredientes que forman lo que llamamos la cultura. La manera en cómo nos comunicamos influye en cómo se articula la comunidad en la que vivimos. En el mundo de la era digital, la comunicación social y el intercambio de información hegemonizan la producción. No por nada las tabletas electrónicas ya están incluidas en la cesta del IPC y un 58% de los internautas españoles se siente permanentemente conectado a Internet y hasta un 70% los jóvenes de entre 20 y 24 años. La cultura del consumo, de la empresa, del capital, pugna por alisar el espacio, por ser la única cultura que, aparentando ser muchas distintas, parasita la cooperación social construida en común bajo el mismo patrón del beneficio. El lenguaje es el gran instrumento de la ambición humana, palabras que tienen hoy mucho más sentido que cuando las expuso Adam Smith en el siglo XVIII. Pero por nosotros y nosotras no solamente habla nuestra lengua, y por la boca muere el pez. Son también los gestos, las apariencias e incluso el perfume que habla por ti dependiendo de tu momento laboral y el mensaje que se quiera transmitir.

El directivo de Twitter Otham Laraki está en lo cierto cuando dice que las redes sociales democratizan. Todos y todas hemos observado en los últimos tiempos que son herramientas indispensables para conectar demandas, denunciar sucesos o informar más allá de los canales de televisión. A día de hoy parece ser que Facebook, a ojos de algunas grandes empresas, no sirve de centro comercial, pero sí para exponer sus productos. Las redes sociales como Twitter son más vistas por la empresa a modo de materia prima para los estudios de mercado. Tanta es la importancia del mundo virtual para la empresa que el gasto en tiendas online ya rebasa a las de afuera. Volviendo a Deleuze, asistimos a la era donde el marketing es el instrumento del control social y forma la raza impúdica de nuestros amos.


 No se trata  tanto de criticar las nuevas formas de comunicación y conexión en sí mismas, sino el uso que se les da con unos fines específicos: privatizar la riqueza. Cuando a finales del siglo XIX apareció la electricidad, los pequeños talleres estaban convencidos de que les iba a beneficiar e iba a democratizar el acceso y la gestión de la energía, dejando atrás a la fábrica de vapor hegemonizada por las grandes manufacturas. Indudablemente no ocurrió de esta manera. En la electricidad se apoyaron los nuevos mecanismos de control sobre el obrero, de sus tiempos y ritmos de vida, desde ese momento sujetos a la división del trabajo científicamente planeada en la cadena de montaje. Pero el destino de la electricidad no estaba determinado, sino que fue la pretensión política y cultural dominante la que consiguió que se tomara esa dirección.

Lo mismo sucede con Internet. Es un ejemplo que simboliza como un recurso que es común a todos, como el conocimiento social, es patentado y parasitado con el objetivo de transformarlo en mercancía. Es un rasgo que se repite en todos los bienes comunes, desde el agua, la sanidad, la movilidad, la vivienda o la educación: el 1% tiene como único objetivo traspasar la riqueza que es de todos y todas, para que sea gestionado por pocos en su propio beneficio. Para asegurarlo señalarán a quien haga falta  como el enemigo, a cualquiera que ponga en entredicho el curso natural de los acontecimientos.


Los desesperados ataques institucionales que insultan a la inteligencia están convencidos de que las personas no tenemos ninguna autonomía, que no sea para producir-consumir, o sentir, dentro del abanico de opciones que ofrece el mercado. El régimen de la cleptocracia alude en toda movilización al fantasma del "antisistema" para estigmatizar y reducir los problemas políticos, problemas de vida, a problemas de orden público, policial. Cuando acusan por la posible manipulación de grupos "radicales" dentro del 15-M, o como dicen ahora, "grupos del 15-M" infiltrados entre los estudiantes de Valencia, en realidad están revelando que los que mandan también pueden tener miedo. Que no todo tiene por qué estar atado y bien atado. Es el mismo miedo que tenía  Al Pacino en el Padrino II. Coincidiendo en ese factor X con el que jugaba el Che Guevara, Michael Corleone decía hoy me he dado cuenta de un detalle, a los rebeldes no les pagan. Podrían ganar.

Estamos aquí, hemos vuelto, como Poltergeist.


Jorge Moruno @JorgeMoruno

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