miércoles, 14 de marzo de 2012

El violinista del diablo

Cuenta la leyenda que en Italia, entre los siglos XVIII y XIX, un músico deslumbró a todos aquellos que presenciaban sus conciertos y recitales de violín, causando especial furor en el público femenino. La misma leyenda asegura que ese hombre no destacaba precisamente por su belleza, más bien por todo lo contrario; los escritos de esa época nos dibujan la imagen de un hombre alto, delgadísimo y de rasgos afilados a juego con una pobre melena descuidada y una sonrisa en la que varias piezas dentales brillaban por su ausencia.


Parece ser que el hombre no era muy agraciado, pero la historia de la música cuenta que fue el más destacado violinista de su época. De hecho, hoy en día, muchos expertos siguen considerándolo como el más brillante violinista de la historia. Pero su virtuosismo musical no se limitó al violín, ya que también dominaba con gran destreza la viola, la guitarra y el arte de la composición.


El propio Niccoló, que así se llamaba el artista, comentó que las mujeres caían rendidas a sus pies (y a los de su cama) simplemente con escuchar una nota proveniente de cualquiera de sus violines –cinco Stradivarius, un Guarnerius y dos Amati-. Por el contrario, y después de complacerlas, él prefería caer rendido en los brazos del licor y el juego.
Niccoló era brillante, superlativo, quizá demasiado soberbio para los que comenzaron a crear su leyenda. Una leyenda, que junto con sus enrevesadas composiciones, le mantendrá vivo en el recuerdo del mundo de la música clásica. Los libros que adornan las bibliotecas de los conservatorios relatan que en sus conciertos, este italiano se contoneaba y retorcía sobre su violín de forma tan agresiva y violenta que parecía poseído.
El verbo parecer rápidamente se tornó en el verbo ser cuando uno de sus coetáneos, un personaje misterioso y anónimo, aseguró que había escuchado al maestro genovés implorar, postrado de rodillas, a una figura difusa en una habitación en penumbra.
“Mi alma es tuya, príncipe del mal, amo de las tinieblas, si me permites tocar como un ángel”
La fama del virtuoso creció de forma exponencial a partir de este suceso mientras que su cuerpo se deformaba, como consecuencia del pacto con el diablo para unos o, para los más sensatos, fruto de los drásticos tratamientos con mercurio que se vio obligado a recibir después de una vida plagada de excesos en las tabernas y que se apagaba lentamente a consecuencia del sífilis.
Cuando su pentagrama se quedó sin música, el Arzobispo de Niza, ciudad donde murió, se negó a oficiar su funeral alegando que se había entregado al demonio y ordenó que el ataúd donde yacía el virtuoso permaneciera escondido durante años en el sótano de un edificio en ruinas.
Antes de morir, el gran Niccoló Paganini, no sabemos si ayudado o no por El Maligno, se exhibió una última vez ante un patio de butacas repleto al ejecutar una de sus últimas creaciones-. Hasta aquí todo es normal. La genialidad se encuentra en que durante el concierto, Paganini destrozó las cuerdas de su violín hasta solo conservar una, sobre la que ejecutó la pieza sin detenerse un segundo y haciendo gala de una afinación sobrenatural.






Enrique Delgado Sanz @Delsanz

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