La historia de YPF, y en general la de
los recursos estratégicos de un país y del destino que se da a los excedentes
que estos siempre generan, suele ser la historia misma de esos países. Al
margen de los ingresos, seguramente importantes, que la nacionalización traerá
para la hacienda pública argentina, la cuestión de YPF tiene mucho más que ver
con un proyecto de nación amputada y estéril, que es a la vez el proyecto
nacional inacabado de toda América Latina. Los movimientos nacionalistas y
populares que sacuden todo el continente suponen, sin riesgo de exagerar, un
auténtico segundo grito de independencia nacional, justo cuando se cumple el
bicentenario de aquellas primeras luchas anticoloniales.
Se dice que las naciones siempre son y
serán “comunidades imaginadas”,[1]
apuntando a que están formadas por discursos performativos que construyen el
consentimiento político, la cohesión y determinados rasgos de solidaridad
interpersonal entre desconocidos. Al margen del elemento óntico, es decir, de determinadas características diferenciales que
distinguen, por ejemplo, a los chinos de los caribeños, aquí lo que nos
interesa es situar el discurso nacional como ontológicamente constitutivo del fenómeno político. O, dicho en
otros términos, los nacionalismos y el relato discursivo asociado a la cuestión
nacional no sólo son consecuencia de las naciones, en tanto que realidades
preexistentes, sino también, y de modo muy significativo, causa de las mismas.
Mediante dicho proceso, las personas constituyen un “nosotros” separado del “ellos”
foráneo, mediante la narración y mitificación de determinados componentes
sociales, étnicos o históricos. Cuando Cristina Fernández anuncia la
nacionalización de YPF no detalla ante el auditorio los millones de pesos que
el estado pasará a ingresar, ni siquiera habla de las políticas públicas que
se podrán financiar con la medida. No lo
hace porque la recuperación de YPF habla el lenguaje subterráneo de las
identidades y de la comunidad, el lenguaje del parentesco y la hermandad
inventada con el que se comunican todas las naciones.
La construcción nacional es siempre, lo
estamos viendo con el caso de YPF, un proceso
colectivo, polémico y constitutivo. Por tanto, es uno de esos fenómenos
asombrosamente políticos. Como todas las identidades sociales y políticas, las
naciones siempre se construyen mediante la creación en el imaginario colectivo
de mitos que la comunidad rechaza. Por eso, no todas las naciones son iguales,
ni todos los nacionalismos, como a veces hay que oír, son burgueses. Aunque con
muchos matices, la nación latinoamericana es un producto histórico forjado por
las luchas anticoloniales y siempre con el impulso de la sociedad civil en
contra de una oligarquía estatal que, para su desgracia y probablemente también
para la nuestra, nunca supo sino trabajar al dictado de poderes extranjeros. En
América Latina, la historia lo demuestra, la élite se desmorona y no sabe
mandar sino es obedeciendo al imperio de turno; pasamos por las manos y las bayonetas de españoles e ingleses,
y en los últimos años por las de los norteamericanos. Por ello, en pleno siglo
XXI, el proyecto nacional de América Latina está en plena construcción, abierto
a mutaciones, retrocesos y contradicciones, en el nada sencillo camino de
zafarse de la capacidad de mando de la oligarquía local, que nunca mejor dicho
y gracias a la insurrección plebeya, está perdiendo el norte.
Es en este contexto en el que hay que
enmarcar la nacionalización de YPF. Los medios nacionales e internacionales
hablan de que la medida es fruto de un gobierno acorralado por la crisis; pero
sobre todo hablan siempre y a todas horas de un gobierno y una medida
populista, con claro tono peyorativo. Para Ernesto Laclau,[2]
autor por cierto argentino, la ruptura populista consiste en la dicotomización
del espacio social de referencia, mediante la construcción discursiva del sujeto
colectivo “pueblo”, en claro enfrentamiento a la élite. Precisamente, la
construcción, clásicamente peronista de “pueblo” y ahora revitalizada por los
gobiernos de los Kirschner, sirve en este caso para agregar y aglutinar en
torno a reivindicaciones nacionalistas. Nos gusten unos más que otros, o no nos
guste ninguno, la mayoría de los gobiernos progresistas de América Latina han
llegado al poder después de grandes convulsiones lideradas por la sociedad
civil y contra el Estado, mediante una agregación simbólica en la que no falta
nunca la nación como pieza reina aglutinante. En la actualidad, derrocado el
régimen neoliberal en la calle primero y en las urnas después, el conflicto de institucionalización del
movimiento y de demandas insatisfechas de la sociedad civil es uno de los
principales desafíos a los que se enfrenta nuestra América. En estos momentos,
en la mayoría de países el centro de poder parece haber vuelto al Estado, como
si las aguas volviesen a la calma después de tanta tormenta. Sin embargo, y
esto es importante, el Estado ya sabe que puede ser atacado y reformado si no
escucha y satisface las demandas que nacen en la sociedad civil. No sería justo
pedir a los gobiernos latinoamericanos que resuelvan en poco tiempo los
problemas enquistados por más de cinco siglos de saqueo, dependencia y expolio;
pero sí que vayan avanzando hacia la soberanía nacional plena; que es precisamente
una de esas exigencias, no la única sin duda, tantas veces pisoteadas e
ignoradas por el estado neocolonial. La nacionalización de Repsol, acaecida en
un país con la importancia de Argentina, sin duda contribuye a ello.
Las naciones, en fin, son puras
invenciones de voluntad y vida en común. Por eso, durante mucho tiempo, América
se ha mirado en un espejo de subalternidad, mansedumbre, exclusión y
dependencia. Los tiempos han cambiado y la memoria del saqueo ha devenido, por
fin, como dice Álvaro Garcia Linera,[3]
en insurrección plebeya. El “momento” nacional-populista que vive América
Latina y del que la nacionalización de Repsol es buen ejemplo, está sirviendo
para desplazar definitivamente a las élites anteriores y a sus políticas
neoliberales, que dominaron el continente no hace tanto. Está avanzando también
nuestro continente en la conquista de derechos, ciertamente no menores, para los
que siempre fueron parias en sus propias tierras. Sirve, así mismo, para que
con el tiempo y el contagio, el escenario de polarización política que existe en
muchos países pueda abrir rendijas por las que estos movimientos profundicen
sus medidas de cambio e inunden- más, mucho más- de radicalidad democrática y
social toda América Latina.
Posiblemente más que de una guerra
económica, la nacionalización de YPF en Argentina es manifestación de una
guerra simbólica, que se libra todos los días, cuerpo a cuerpo y calle a calle,
en todos los rincones de América Latina. Es una disputa por las estructuras de
jerarquización, división, representación y narración del mundo, de la historia
y de su porvenir. Por eso, nadie debe pensar que la revolución social se tiene
que concretar en un golpe de timón de algún caudillo o en un acto gubernamental
que mande a los calabozos a la burguesía. La revolución social, en estos
momentos y en América Latina, sólo puede ser un proceso de largo alcance,
histórico y práctico, de construcción nacional y de clase; de construcción, al fin y al cabo, de “pueblo”,
que vaya agrietando las relaciones de fuerza, injustas e inhumanas, que impone
el sistema capitalista.
Guillermo Jiménez (@GuillermoJM1959) para PopPolMagazine
[1] Para más
información sobre la teoría de la nación y del estado, así como sobre el
discurso nacionalista y los tipos de nacionalismo es recomendable la obra de
Ernest Gellner, “Naciones y nacionalismo, Alianza Editorial, Madrid, 2001.
[2] Para mas
información sobre la ruptura populista y la hegemonía política en América
Latina ver el interesante artículo de Ernesto Laclau “Populismo y
transformación del imaginario político en América Latina”, disponible en http://www.jstor.org/discover/10.2307/25675327?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=47698896227657
[3] Muy
recomendable para comprender la cultura politica de America Latina y el
proceso de cambio en marcha, la obra de Álvaro García Linera “ La potencia plebeya” , Casa de las Américas,
2011.
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