La
Calle Argumosa se ha poblado de bares de estética posmoderna, cada vez es más
común la venta cerveza ecológica a altos precios y la típica oferta de caña con
tapa poco a poco va cambiando por exquisitas muestras de cocina creativa. La
cafetería de la biblioteca de las Escuelas Pías ha multiplicado los precios a
velocidad vertiginosa en los últimos años y donde antes se sentaban a tomar
café los estudiantes ahora señoras con abrigos de piel y collares de perlas
ocupan su sitio.
Hasta
no hace mucho, Lavapiés era un barrio claramente obrero y de migrantes. Su
ubicación céntrica unida a los asequibles precios del alquiler debido al
deterioro urbano del barrio lo convertía en una zona clave para los
trabajadores. Pero en los últimos años se enfrenta a un proceso de
aburguesamiento o gentrificación, por el cual la población original trabajadora
es reemplazada y renovada progresivamente por otro grupo de mayor nivel
adquisitivo. En parte, este proceso lo hemos iniciado nosotros, los jóvenes de
la izquierda política y la cultura alternativa, pero hijos de familias
acomodadas y, por tanto, con un poder adquisitivo mayor que la población media
de la zona. Atraídos por el exotismo del cruce de culturas, el encanto de un
barrio obrero y migrante en el centro de la ciudad, hemos contribuido a iniciar
un proceso de subida de los precios, lo que lo hará un lugar cada vez menos
habitable para su población original. Lo que está ocurriendo en Lavapiés no es
nuevo, es lo que ha pasado con los barrios de Chueca y Malasaña en Madrid, o el
Soho en Londres.
Pero
pensar que estos procesos de gentrificación son casuales y están causados por
la acción inocente sería negar lo evidente. Y es que los planes urbanísticos
desde finales de los años ochenta del siglo XX dejaron de intentar diseñar
ciudades utópicas para empezar a responder a una estrategia del neoliberalismo
salvaje para restablecer el poder de las clases dominantes[1]. La utopía ahora va a ser
la ciudad limpia y segura, alejada de la delincuencia y la pobreza. Pero a
estas problemáticas no se les pone solución sino que se pretende alejarlas de
la ciudad y mantenerlas en la periferia, lejos de la vista de los “ciudadanos
de primera”.
En
Madrid, el Ayuntamiento, de ideología neoliberal, ya
ha iniciado desde 2011 el recrudecimiento de las ordenanzas que impiden
a los “sin-techo” vivir en la ciudad. Pero van a ser los proyectos urbanísticos
los que sienten las bases de la reconstrucción de la ciudad, creando unas
murallas invisibles, que aumentarán la polarización social dentro y fuera de la
ciudad. El
macro-proyecto Madrid Río, que ha renovado toda la zona que rodea al río
Manzanares desde Moncloa hasta el distrito de Usera [4], la reforma del
Matadero, la rehabilitación de las zonas verdes, la creación de múltiples zonas
deportivas y, por supuesto, la “playa de Madrid” han constituido una renovación
urbana de la zona. Los barrios de Embajadores, Delicias e incluso Usera se han
convertido en lugares más que deseables para vivir. Ya se empieza a producir el
derribo de los edificios en peores condiciones, con la consecuente construcción
de nuevos edificios remodelados y la revalorización del suelo.
Madrid Río |
Así,
parece que Madrid se ha desplazado hacia el oeste, cada vez más cerca de
municipios residenciales como Pozuelo y más alejada de las zonas industriales
del corredor del Henares. Limitando al sur, en el barrio de San Fermín, se
levanta la Caja Mágica, un super-complejo deportivo de tenis y otros eventos,
que ha acercado a las minorías elitistas a uno de los barrios más deteriorados
de la ciudad. Desde su construcción los precios de los comercios, aparcamientos
y viviendas que rodean el complejo han comenzado a aumentar, el desplazamiento
de la población original del barrio hacia zonas más baratas ya empieza a
producirse.
El
sueño de Gallardón de una ciudad limpia y para ciudadanos de primera clase poco
a poco va dando pasos hacia delante, pareciéndose cada vez más a la distópica
realidad de Palo Alto, California, una ciudad al norte de Sillicon-Valley que
más que a una ciudad se parece a un club de campo, rodeada de núcleos de
pobreza, delincuencia y drogadicción. Cuánto más neoliberal es una ciudad, más
altos son sus niveles de desigualdad social y la polarización crece, generando
espacios cercados para la miseria. Pero es reapropiándonos del espacio público
del que se nos destierra por no ser
suficientemente aptos la forma de enfrentarnos a estos ataques neoliberales y
crear así una ciudad de todos y para todos.
1. [1] Rendueles,
C; y del Olmo, C. (2004). Las grietas de
la ciudad capitalista. Entrevista a David Harvey. Archipiélago (nº62), pp. 25-32.
Alba Méndez
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