Ya están aquí. Entre procesión y
procesión, y días después de la huelga general contra una reforma laboral
“justa y necesaria” (palabras de Mariano) han llegado los Presupuestos
Generales del Estado para 2012. Los presupuestos del ajuste, del recorte, del
sacrificio y la penitencia. Como el padre que le pega un bofetón a su hijo
mientras le dice “Me duele más a mí que a ti”, Rajoy ha calificado sus propias
cuentas de “duras” y “desagradables”. Al oír estas cosas, y conociendo a
nuestro gobierno, cualquiera diría que han esperado a Semana Santa para
presentar este presupuesto tan raquítico. ¿Habrá una relación entre lo
presupuestario y lo religioso?
Hagamos algo de historia: en 2008
estalla en Estados Unidos la crisis de las hipotecas basura, causada por el
comportamiento irresponsable de las entidades financieras y por la falta de
regulación estatal. Incluso los principales representantes del neoliberalismo
reconocieron su culpa, dijeron arrepentirse e hicieron propósito de enmienda
(la Unión Europea,
el recién nacido G-20...).
Los Estados salvan a los banqueros y especuladores inyectándoles cantidades
incomprensibles de dinero, y estos últimos agradecen el rescate chantajeando a
los Estados: los mercados financieros, esotéricas entidades de descrédito,
exigen enormes recortes en el gasto público. ¿Cómo es posible que lo toleren
los ciudadanos?
Poco a poco, se ha ido imponiendo la
idea de que la crisis es culpa de la mayoría de los ciudadanos, que por lo
visto hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y que tenemos que
pagar por ello. Las instituciones europeas y los partidos mayoritarios han
repetido esta mentira hasta la saciedad, con el siempre eficaz altavoz de los
medios de comunicación. Los economistas progresistas se desgañitan explicando
la absurdez de tratar de salir de una recesión reduciendo la inversión pública
(ver el enfado de
Paul Krugman y la explicación
de Juan Torres). Mal que nos pese, una parte considerable de la
opinión pública ha asumido el discurso mentiroso de la austeridad (esta afirmación
puede y debe matizarse, pero en general parece que los resultados
electorales y las encuestas
apuntan en esa dirección). ¿Cómo se explica este fenómeno?
En primer lugar, por la manipulación
practicada por los principales medios de comunicación, como siempre. Estas
medios son propiedad de grupos empresariales que, lógicamente, están a favor de
unas políticas que hacen recaer el peso de la crisis sobre la mayoría de los
ciudadanos, y no sobre los que más tienen. Está claro que los grandes
periódicos y emisoras de televisión y radio discrepan en muchos temas, pero se
ponen de acuerdo en lo básico. Animo a los lectores curiosos a buscar un
editorial de alguno de los periódicos más leídos que rechace radicalmente la
reforma laboral o los recortes, y que proponga alternativas a estas políticas
regresivas (alternativas,
haberlas, haylas).
Sin embargo, el éxito de la doctrina
de la austeridad no puede atribuirse solo a la manipulación mediática. Este
discurso tiene la ventaja de enlazar muy bien con algunos rasgos típicos de la
moral católica, como la culpabilidad y la resignación. Los españoles seguimos
mostrando una sorprendente afición por flagelarnos -y, sobre todo, por flagelar
al de al lado. Veamos algunos ejemplos de esta costumbre tan patria. ¿Quién no
ha oído a nadie decir que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”?
Normalmente, lo decimos refiriéndonos a un vecino, que provocó la crisis de las
hipotecas basura en Estados Unidos al aceptar un crédito mágico ofrecido por el
banco, para comprarse un coche. Tampoco falta quien justifica la reciente
reforma laboral porque “hay que hacer algo”, sin pensar demasiado qué es ese
algo y qué consecuencias va a tener. Cuando se nombra la Vergonzosa Deuda de
España, el contribuyente se llena la boca diciendo que “las deudas hay que
pagarlas”, aunque sea todo un país el que ve su calidad de vida disminuir para
pagar a un grupo de especuladores una deuda que han creado ellos mismos.
Así vemos cómo la moral de las
frases hechas se une al masoquismo católico para justificar una política
económica que no solo es injusta, sino que es suicida (sobre el estrepitoso
fracaso de las recetas de la Unión Europea y el FMI en Grecia, leer a Juan Torres y
Alberto Garzón). La alternativa sería dejar de confiar en los
grandes medios de comunicación -no, tampoco hay que fiarse de El
País-, informarnos mejor y, en vez de repetir las sonoras verdades
universales del telediario de las nueve, volver a pensar.
Para terminar, veamos un ejemplo
práctico de emancipación intelectual cotidiana. Dentro de la categoría de los
imperativos categóricos de andar por casa, está muy de moda decir que “Hay que
ajustarse el cinturón”. Antes de repetir esta bonita frase a familiares y
conocidos, con este aire de superioridad que nos da a todos el refranero
popular, preguntémonos, en primer lugar, quién ha dado la orden de apretarse el
cinturón, y para qué. A continuación, veamos quién debe apretárselo. Una vez
determinada la víctima, puestos a preguntar, nos podemos plantear alrededor de
qué parte del cuerpo debería apretarse el cinturón.
Pablo
Castaño Tierno
son muchos los cuellos
ResponderEliminarson cuellos hinchados
hinchados de comer almas
¡unamos nuestros cinturones!