sábado, 7 de abril de 2012

Católicos, apostólicos... y austeros



Ya están aquí. Entre procesión y procesión, y días después de la huelga general contra una reforma laboral “justa y necesaria” (palabras de Mariano) han llegado los Presupuestos Generales del Estado para 2012. Los presupuestos del ajuste, del recorte, del sacrificio y la penitencia. Como el padre que le pega un bofetón a su hijo mientras le dice “Me duele más a mí que a ti”, Rajoy ha calificado sus propias cuentas de “duras” y “desagradables”. Al oír estas cosas, y conociendo a nuestro gobierno, cualquiera diría que han esperado a Semana Santa para presentar este presupuesto tan raquítico. ¿Habrá una relación entre lo presupuestario y lo religioso?



Hagamos algo de historia: en 2008 estalla en Estados Unidos la crisis de las hipotecas basura, causada por el comportamiento irresponsable de las entidades financieras y por la falta de regulación estatal. Incluso los principales representantes del neoliberalismo reconocieron su culpa, dijeron arrepentirse e hicieron propósito de enmienda (la Unión Europea, el recién nacido G-20...). Los Estados salvan a los banqueros y especuladores inyectándoles cantidades incomprensibles de dinero, y estos últimos agradecen el rescate chantajeando a los Estados: los mercados financieros, esotéricas entidades de descrédito, exigen enormes recortes en el gasto público. ¿Cómo es posible que lo toleren los ciudadanos?

Poco a poco, se ha ido imponiendo la idea de que la crisis es culpa de la mayoría de los ciudadanos, que por lo visto hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Y que tenemos que pagar por ello. Las instituciones europeas y los partidos mayoritarios han repetido esta mentira hasta la saciedad, con el siempre eficaz altavoz de los medios de comunicación. Los economistas progresistas se desgañitan explicando la absurdez de tratar de salir de una recesión reduciendo la inversión pública (ver el enfado de Paul Krugman y la explicación de Juan Torres). Mal que nos pese, una parte considerable de la opinión pública ha asumido el discurso mentiroso de la austeridad (esta afirmación puede y debe matizarse, pero en general parece que los resultados electorales y las encuestas apuntan en esa dirección). ¿Cómo se explica este fenómeno?

En primer lugar, por la manipulación practicada por los principales medios de comunicación, como siempre. Estas medios son propiedad de grupos empresariales que, lógicamente, están a favor de unas políticas que hacen recaer el peso de la crisis sobre la mayoría de los ciudadanos, y no sobre los que más tienen. Está claro que los grandes periódicos y emisoras de televisión y radio discrepan en muchos temas, pero se ponen de acuerdo en lo básico. Animo a los lectores curiosos a buscar un editorial de alguno de los periódicos más leídos que rechace radicalmente la reforma laboral o los recortes, y que proponga alternativas a estas políticas regresivas (alternativas, haberlas, haylas).

Sin embargo, el éxito de la doctrina de la austeridad no puede atribuirse solo a la manipulación mediática. Este discurso tiene la ventaja de enlazar muy bien con algunos rasgos típicos de la moral católica, como la culpabilidad y la resignación. Los españoles seguimos mostrando una sorprendente afición por flagelarnos -y, sobre todo, por flagelar al de al lado. Veamos algunos ejemplos de esta costumbre tan patria. ¿Quién no ha oído a nadie decir que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”? Normalmente, lo decimos refiriéndonos a un vecino, que provocó la crisis de las hipotecas basura en Estados Unidos al aceptar un crédito mágico ofrecido por el banco, para comprarse un coche. Tampoco falta quien justifica la reciente reforma laboral porque “hay que hacer algo”, sin pensar demasiado qué es ese algo y qué consecuencias va a tener. Cuando se nombra la Vergonzosa Deuda de España, el contribuyente se llena la boca diciendo que “las deudas hay que pagarlas”, aunque sea todo un país el que ve su calidad de vida disminuir para pagar a un grupo de especuladores una deuda que han creado ellos mismos.

Así vemos cómo la moral de las frases hechas se une al masoquismo católico para justificar una política económica que no solo es injusta, sino que es suicida (sobre el estrepitoso fracaso de las recetas de la Unión Europea y el FMI en Grecia, leer a Juan Torres y Alberto Garzón). La alternativa sería dejar de confiar en los grandes medios de comunicación -no, tampoco hay que fiarse de El País-, informarnos mejor y, en vez de repetir las sonoras verdades universales del telediario de las nueve, volver a pensar.

Para terminar, veamos un ejemplo práctico de emancipación intelectual cotidiana. Dentro de la categoría de los imperativos categóricos de andar por casa, está muy de moda decir que “Hay que ajustarse el cinturón”. Antes de repetir esta bonita frase a familiares y conocidos, con este aire de superioridad que nos da a todos el refranero popular, preguntémonos, en primer lugar, quién ha dado la orden de apretarse el cinturón, y para qué. A continuación, veamos quién debe apretárselo. Una vez determinada la víctima, puestos a preguntar, nos podemos plantear alrededor de qué parte del cuerpo debería apretarse el cinturón.

Pablo Castaño Tierno

1 comentarios:

  1. son muchos los cuellos
    son cuellos hinchados
    hinchados de comer almas

    ¡unamos nuestros cinturones!

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