El cine siempre ha sido un reflejo de la
sociedad y el modo de vivir de la época o del pasado. Venezuela no es la
excepción. La irrupción de películas venezolanas en algunos de los principales
festivales de cine del mundo ha servido de altavoz para nuevos valores tanto en
la dirección como en la producción de los filmes, así como el descubrimiento
de nuevos y jóvenes actores.
Este nuevo auge toma el relevo del
“boom” cinéfilo de mediados de los noventa, con películas como Sicario (1994) y Garimpeiros (1999) de José Ramón
Novoa y “Huelepega: La ley de la calle” (1999) de Elia K.
Schneider. Todas estas son películas que muestran realidades sociales
conflictivas y, en cierta medida, polémicas, que el venezolano medio puede ver
o vivir en el día a día. En este sentido, el cine venezolano ha sido muy criticado
por los autóctonos, ya que la tónica habitual hasta hace muy poco ha sido la de
producciones violentas, groseras, con temas algo redundantes pero siempre
presentándolos de forma clara y contundente. Incluso el ex presidente
venezolano Rafael Caldera censuró “Huelepega”, debido al realismo de su
contenido, donde se veía a niños consumiendo estupefacientes en las entrañas de
la capital Caracas.
Actualmente, la nueva hornada de directores
y guionistas ha dado un salto de calidad que así se ha reflejado en los
principales festivales internacionales de cine. No han salido del todo de los
temas de carácter humano, conflictos en la ciudad, violencia, etc., pero han
añadido nuevos matices en los argumentos y elementos técnicos modernos que han
provocado una evolución importante del cine venezolano en América Latina con
respecto a las históricas potencias como son Argentina, México y Chile.
De la mano de dos directores muy
dispares se produjo la eclosión cinematográfica definitiva en el país en 2005.
Uno de ellos fue un director novel, Jonathan Jakubowicz, cuya obra Secuestro Express se convirtió en una
de las películas más taquilleras del país y fue nominada para los Premios del
Cine Independiente Británico entre otros. La película Punto y raya de Elia Schneider, ya
nombrada y una de las directoras más afamadas y laureadas de Venezuela, se
convirtió en una de las más premiadas de la historia del cine venezolano,
siendo ganadora en cuatro ocasiones en festivales internacionales.
Elia K. Schneider |
La popularidad del cine venezolano aún
está muy lejos respecto a la fama de las telenovelas o culebrones, que se han
convertido en elementos culturales e identificativos de la venezolanidad,
permítaseme el palabro. En la mencionada “Punto y raya”,
uno de los protagonistas principales es Edgar Ramírez, sin duda el
actor venezolano de más renombre en el extranjero y cuyas interpretaciones le
han valido para ser nominado a Globos de Oro y Premios Emmy.
Si hay alguien que represente la evolución
del cine venezolano ese es Edgar. Comenzó su andadura en, cómo no, una
telenovela, Cosita Rica, en el 2003; luego vino la mencionada “Punto
y raya” y a partir de allí dio el salto a Hollywood. Domino, El
don y Elipsis forman parte de su filmografía. El Ultimátum de Bourne fue su confirmación
en el mainstream americano. Actualmente se le puede ver
interpretando al Dios Ares en Ira de Titanes, estrenada recientemente en
España.
La cercanía de Hollywood es un arma de
doble filo para la industria del cine latinoamericano: por un lado, puede
ayudarte a entrar en el casi impermeable mercado estadounidense promocionando
los filmes, contactando productoras que puedan y quieran arriesgar con material
innovador y aumentar el potencial número de espectadores de tus películas,
entre otras cosas; pero al mismo tiempo, la gigantesca y a veces caótica
vorágine que representa el cine hollywoodense puede amenazar con aplastarte y
no darte oportunidad de exhibir tu producto a la mayor cantidad de personas,
quitándote mucha cuota de mercado. Con esto deben jugar las producciones
latinoamericanas, se deben poner sobre la mesa las mejores cartas, rentabilizar
al máximo los recursos y con ello aumentar en nivel hasta llegar a cotas que permitan
hacerse un hueco en la industria.
Películas como Hora Cero, del debutante Diego Velasco, y Hermano,
de Marcel Rasquin, reciben grandes elogios por parte de la prensa
especializada y en los festivales internacionales, pero esto no se refleja
necesariamente en la taquilla, donde se sigue estando muy lejos de las
producciones norteamericanas. Al contrario de lo que se pudiera pensar, esto no
obsesiona a los directores y productoras venezolanas, ya que la industria
nacional no es comparable con la de muchos países del continente no ya en
presupuesto, sino también en capacidad de estrenar películas y amplitud de
mercado. Las cifras, números y estadísticas no deben ser el objetivo: como
cualquier industria naciente, el cine venezolano debe primero mantenerse y estabilizarse
para luego crecer.
Los días de Sicario, Huelepega
y Garimpeiros ya quedan algo lejos, tanto que se han convertido en
películas de culto en Venezuela. La contemporaneidad de las tres les hace
conformar la “Santa Trinidad” del cine nacional y un espejo donde reflejarse en
el futuro.
La juventud, experiencia y ganas de
trabajar ya están presentes, los medios se están construyendo y el talento
siempre ha existido. ¿Qué hace falta? Tiempo y paciencia, los resultados están
llegando y la notoriedad del cine venezolano sigue en aumento.
Trailer de Hermano, película muy recomendable
Nigel Tochón @nigeltochon
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