sábado, 7 de abril de 2012

El nuevo valor del cine venezolano


El cine siempre ha sido un reflejo de la sociedad y el modo de vivir de la época o del pasado. Venezuela no es la excepción. La irrupción de películas venezolanas en algunos de los principales festivales de cine del mundo ha servido de altavoz para nuevos valores tanto en la dirección como en la producción de los filmes, así como el descubrimiento de  nuevos y jóvenes actores.

Este nuevo auge toma el relevo del “boom” cinéfilo de mediados de los noventa, con películas como Sicario (1994) y Garimpeiros (1999) de José Ramón Novoa y Huelepega: La ley de la calle (1999) de Elia K. Schneider. Todas estas son películas que muestran realidades sociales conflictivas y, en cierta medida, polémicas, que el venezolano medio puede ver o vivir en el día a día. En este sentido, el cine venezolano ha sido muy criticado por los autóctonos, ya que la tónica habitual hasta hace muy poco ha sido la de producciones violentas, groseras, con temas algo redundantes pero siempre presentándolos de forma clara y contundente. Incluso el ex presidente venezolano Rafael Caldera censuró “Huelepega”, debido al realismo de su contenido, donde se veía a niños consumiendo estupefacientes en las entrañas de la capital Caracas.
Actualmente, la nueva hornada de directores y guionistas ha dado un salto de calidad que así se ha reflejado en los principales festivales internacionales de cine. No han salido del todo de los temas de carácter humano, conflictos en la ciudad, violencia, etc., pero han añadido nuevos matices en los argumentos y elementos técnicos modernos que han provocado una evolución importante del cine venezolano en América Latina con respecto a las históricas potencias como son Argentina, México y Chile.
De la mano de dos directores muy dispares se produjo la eclosión cinematográfica definitiva en el país en 2005. Uno de ellos fue un director novel, Jonathan Jakubowicz, cuya obra Secuestro Express se convirtió en una de las películas más taquilleras del país y fue nominada para los Premios del Cine Independiente Británico entre otros. La película Punto y raya de Elia Schneider, ya nombrada y una de las directoras más afamadas y laureadas de Venezuela, se convirtió en una de las más premiadas de la historia del cine venezolano, siendo ganadora  en cuatro ocasiones en festivales internacionales.
Elia K. Schneider
La popularidad del cine venezolano aún está muy lejos respecto a la fama de las telenovelas o culebrones, que se han convertido en elementos culturales e identificativos de la venezolanidad, permítaseme el palabro. En la mencionada “Punto y raya”, uno  de los protagonistas principales es Edgar Ramírez, sin duda el actor venezolano de más renombre en el extranjero y cuyas interpretaciones le han valido para ser nominado a Globos de Oro y Premios Emmy.  
Si hay alguien que represente la evolución del cine venezolano ese es Edgar. Comenzó su andadura en, cómo no, una telenovela, Cosita Rica, en el 2003; luego vino la mencionada “Punto y raya” y a partir de allí dio el salto a Hollywood. Domino, El don y Elipsis forman parte de su filmografía. El Ultimátum de Bourne fue su confirmación en el mainstream americano. Actualmente se le puede ver interpretando al Dios Ares en Ira de Titanes, estrenada recientemente en España.
La cercanía de Hollywood es un arma de doble filo para la industria del cine latinoamericano: por un lado, puede ayudarte a entrar en el casi impermeable mercado estadounidense promocionando los filmes, contactando productoras que puedan y quieran arriesgar con material innovador y aumentar el potencial número de espectadores de tus películas, entre otras cosas; pero al mismo tiempo, la gigantesca y a veces caótica vorágine que representa el cine hollywoodense puede amenazar con aplastarte y no darte oportunidad de exhibir tu producto a la mayor cantidad de personas, quitándote mucha cuota de mercado. Con esto deben jugar las producciones latinoamericanas, se deben poner sobre la mesa las mejores cartas, rentabilizar al máximo los recursos y con ello aumentar en nivel hasta llegar a cotas que permitan hacerse un hueco en la industria.
Películas como Hora Cero, del debutante Diego Velasco, y Hermano, de Marcel Rasquin, reciben grandes elogios por parte de la prensa especializada y en los festivales internacionales, pero esto no se refleja necesariamente en la taquilla, donde se sigue estando muy lejos de las producciones norteamericanas. Al contrario de lo que se pudiera pensar, esto no obsesiona a los directores y productoras venezolanas, ya que la industria nacional no es comparable con la de muchos países del continente no ya en presupuesto, sino también en capacidad de estrenar películas y amplitud de mercado. Las cifras, números y estadísticas no deben ser el objetivo: como cualquier industria naciente, el cine venezolano debe primero mantenerse y estabilizarse para luego crecer.
 Los días de Sicario, Huelepega y Garimpeiros ya quedan algo lejos, tanto que se han convertido en películas de culto en Venezuela. La contemporaneidad de las tres les hace conformar la “Santa Trinidad” del cine nacional y un espejo donde reflejarse en el futuro.
La juventud, experiencia y ganas de trabajar ya están presentes, los medios se están construyendo y el talento siempre ha existido. ¿Qué hace falta? Tiempo y paciencia, los resultados están llegando y la notoriedad del cine venezolano sigue en aumento. 

Trailer de Hermano, película muy recomendable

Nigel Tochón @nigeltochon

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