Las tropas estadounidenses invadieron Irak el 20 de marzo de 2003. Han
transcurrido ya 10 años desde que la invasión derivara en una guerra que se
alargaría hasta diciembre de 2011, momento en que las últimas tropas estadounidenses
salieron del país.
No era la primera vez que los
iraquíes veían a su país inmerso en un conflicto, hay generaciones enteras que han crecido
en un territorio en continua lucha; sólo en los últimos 30 años, Irak ha estado
inmerso en la Guerra contra Irán entre 1980 y 1988, el conflicto interno entre
kurdos e iraquíes y la Guerra del Golfo entre 1990 y 1991. Aunque quizás en esta ocasión todo fuera diferente. Se trataba de la invasión del territorio por otra
nación sin posibilidad de decisión o aprobación del gobierno o del pueblo
iraquí.
Las manifestaciones
bajo el No a la guerra se multiplicaron por las ciudades de
los principales países que apoyaron a EEUU: Reino Unido y España; sin embargo,
la ocupación y el posterior conflicto no pudieron ser evitados. El Gobierno de
Estados Unidos estaba convencido de que Irak tenía armas de destrucción masiva,
y bajo esta sentencia y la de no-colaboración con los agentes de la ONU,
justificó su acción defendiendo que su objetivo era el de instaurar el orden y
la libertad en el país. Y así se sucedieron nueve años de ocupación durante los
cuales se masacró a un pueblo, cuyo único papel en aquella guerra contra el terror fue el de víctima. Huelga decir que las consecuencias sobre la población fueron y son terribles.
Manifestación contra la guerra en Londres. (Foto: Peter Macdiarmid)
De un día para otro, el ejército estadounidense invadía
las calles, pueblos y ciudades iraquíes, acabando así con la normalidad y cotidianeidad de la población del país. Niños y niñas dejaron de ir al colegio,
muchos adultos perdieron su empleo o tuvieron que desempeñar oficios para los
que no habían estudiado pero para los que había demanda (traductores,
sanitarios o asistentes en ONGs). Así, la vida de toda familia iraquí se vio
alterada y quedó marcada para siempre. Los tanques, los bombardeos, las columnas de
humo, los disparos, los cadáveres en las cunetas, los asaltos, los arrestos,
los encarcelamientos sin delitos probados, las torturas y las violaciones
llegaron a los pocos meses de la invasión, y se quedaron para siempre en el
imaginario colectivo iraquí. El miedo se convirtió en la forma de vida de los
civiles.
Además de todas las vidas que se
llevó la guerra, más de 100.000 víctimas civiles según la organización Iraq Body Count, Estados Unidos
arrebató al pueblo iraquí su memoria: bibliotecas, museos y teatros fueron
quemados, expoliados, destruidos. Y acabó con su tejido social: muchos
artistas, músicos y actores fueron asesinados. El arte desapareció de Irak.
En 2011 Irak era el segundo país
que más refugiados generaba, con 1,4 millones de personas buscando asilo. Iraquíes
y afganos representaban el 39% de los refugiados bajo responsabilidad de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas
para los Refugiados). En 2013, diez años después del inicio de la invasión, los
iraquíes retoman una vida a la que no están acostumbrados. La rutina y la
armonía tenían que volver a las calles de Bagdad, y de todo Irak, tras la
salida de las últimas tropas estadounidenses. Pero la realidad es otra.
Las estructuras políticas
impuestas por el gobierno estadounidense, tras acabar con el gobierno de Sadam
Husein, permanecen activas en el país. La Constitución del 2005 y las dos
elecciones celebradas no han sido suficientes para implantar un sistema
democrático. Actualmente el gobierno está en manos de un Gabinete de Unidad
Nacional en el que están representados chiíes y suníes, por lo que tomar
decisiones conjuntas y acordar políticas se hace casi imposible. Las
instituciones públicas no funcionan, el sistema educativo es inoperante y según
el informe de
Transparencia Internacional, Irak se sitúa en el octavo puesto del ranking
mundial de países corruptos.
El país ahora está militarizado
por un Ejército entrenado por las fuerzas extranjeras durante la ocupación,
donde muchos muros de hormigón siguen en pie y los puestos de control en
funcionamiento. Las calles siguen sin asfaltar, parte de la población sigue sin
tener acceso a agua potable y el suministro eléctrico no está restablecido (no
suele funcionar más de seis horas diarias), por lo que se hace la vida en
penumbra, con agua fría y cocinando con camping-gas.
Una madre iraquí con sus hijos frente a su casa destruida por un coche
bomba en Bagdad, Irak. 25 enero de 2010. (AP Photo/Hadi Mizban)
Tampoco para los ejecutores
prácticos de la invasión de Irak fue fácil encauzar la normalidad. La vuelta a
casa para muchos soldados estadounidenses ha sido más bien amarga que dulce. La
proporción de soldados muertos en batalla es de 1
por cada 25 que se suicidan tras volver de Irak o Afganistán. Los datos del
Departamento de Defensa indican que en el año 2012 fueron 323
los soldados que se suicidaron de vuelta en Estados Unidos. Las principales
causas
de los suicidios son los trastornos de salud mental (que afectan a uno de
cada cinco veteranos de guerra) sobre todo por episodios de estrés
postraumático, pero también trastornos del estado de ánimo o la personalidad,
ansiedad y trastornos psicóticos. Otra situación reveladora del drama que viven
los veteranos estadounidenses, según datos del Departamento de Atención de
Veteranos (V.A), es que el 13% de los adultos que viven en la calle (homeless) en Estados Unidos son veteranos.
Soldados estadounidenses veteranos de la invasión en Irak y Afganistán. Imagen Red Voltaire
Son muchas las críticas que recibe
el V.A por no atender adecuadamente a
los soldados en su regreso a Estados Unidos y por no responsabilizarse de los que sufren problemas de salud mental. En los próximos años se esperan
un millón de nuevos veteranos y no se sabe cómo hacer frente a esa gran
demanda, puesto que ya hay teniendo problemas para gestionar la atención del
número de veteranos actuales. Las citas para ser atendido en los servicios
de salud mental del V.A se dan en plazos de seis semanas y las listas de espera
para entrar en programas de tratamiento hospitalario son de seis meses. Muchos
veteranos no llegan a recibir la atención sanitaria necesaria y se suicidan
mientras esperan ocupando un lugar en las largas listas de espera.
Esto también es la guerra de
Irak. Una guerra cuyas heridas cicatrizan en forma de viudas, huérfanos,
refugiados, desplazados, mutilados y trastornados. Una guerra de extensión y
violencia desmesurada, que evidencia aún más la necedad de los gobernantes del
siglo XXI que practican la muerte a su propia especie.
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