Anoche
fui a ver la última de Almodóvar a
un cine del centro. Uno, que es chico de provincia, nunca había visto tantos gais
juntos. La publicidad era alucinante, creo que a eso lo llaman “segmentación
del target”. Anunciaban cosas como un libro (¡en el cine!) sobre un millonario
ruso homosexual al que están
chantajeando. En la portada salían dos maromos petados abrazándose. Ponían el
tráiler de otra peli de apocalipsis en Barcelona, una serie de reclamos solo digeribles
por una audiencia española pero culta, moderna y cosmopolita.
Es
una pena que nunca fuera a un estreno de Torrente con esos chicos de mi instituto
que asentían orgullosos (con la distancia del humor, sí, de la autocaricatura,
pero asentían) diciendo que lo que les gustaba era “las mujeres y el fútbol”.
Amaban a Torrente porque se miraban a sí mismos a través de la encarnación de
sus más bajos instintos. Porque Torrente es el punto del humor español en que
los defectos y las miserias de los personajes son suficientemente exageradas
como para que uno no se reconozca en ellas. Es el estereotipo tan estereotipado
que se disocia hasta del modelo más típico. Nunca estuve en esos estrenos, pero
seguro que el que la tenía iba al cine con la camiseta del Atlético.
Porque
en cierto modo es una gamberrada permitida, una gamberrada de consenso, que
pretende parecer incorrecta e hiriente cuando en realidad es educada y
balsámica. Los amantes pasajeros hace que unos nos sintamos más progres y
menos homófobos cuando nos reímos de esos personajes-caricatura mientras
estamos sentados al lado de sus referentes, a quienes desde luego respetamos. Pero
no introduce la idea perturbadora de que maricas podemos ser tú o yo. Sin
piercings, sin gafas de pasta, sin pedir disculpas ni llamar la atención. Y es
que es una película que muestra un cliché y lo refuerza, una cinta que reafirma
imágenes estereotipadas que no tienen nada de rupturista y trata de que el
público se sienta reconfortado, porque o no es tan loca o porque es tan tolerante
que no se pone nervioso al oír que un hombre se la ha mamado a otro.
El
director de cine más importante de España llama al rey putero en una película
que cuenta con Penélope Cruz, Antonio Banderas, Raúl Arévalo, Cecilia Roth,
Javier Cámara, Blanca Suárez, Willy Toledo, Lola Dueñas y un largo etcétera,
igual que meses antes se ha hecho en calles, bares y redes sociales. En los
amantes pasajeros la mitad de hombres son homosexuales pero siempre follan
detrás de una puerta, porque en este país una cosa es ser marica y otra muy
distinta ser obsceno. El compromiso de Almodóvar con la igualdad se olvida ante
el miedo de que al respetable le incomoda ver a tíos dándose por culo. Chicas y
chicos jodiendo sí que se ven, y con detalle. Es la primera semana de estreno y
mucha gente se ríe de todos los chistes (sobre todo la que está en las butacas
del centro). Hay un montón de sexo y drogas explícitas pero banalizadas, hay un
runrún recurrente sobre la corrupción de cajas que estafan y aeropuertos que
son una estafa, hay gente desquiciada. También hay un avión que da vueltas por
la zona de Toledo con el tren de aterrizaje averiado y una tripulación que
tiene que entretener –narcotizar- a los viajeros. En realidad, de eso va la
peli.
El
filme de Almodóvar dura lo que tiene que durar (90 minutos), se puede ver, se
puede disfrutar y quizás aporta más al cine español de hoy que La piel que habito. Pienso que cuando
todo el mundo dice que una película es mala algo
tiene. Y Los amantes tiene provocación,
pero no crítica. Puede ser un poco grosera, pero está lejos de poder ser un
escándalo cultural. Se nota que Almodóvar lleva 30 años sin pisar la calle como
una persona de a pie, aunque algo de prensa sí lee.
Quizás
la mejor manera de apreciar Los amantes
pasajeros es pensar en ella como una adaptación de Torrente, como si a
Pedro Almodóvar le hubieran encargado un remake no de PepiLuciBom, sino de el brazo
tonto de la ley. El manchego caracteriza una España más cercana a la de
Santiago Segura o a la de Berlanga que a la de Víctor Erice (que, por cierto,
existe) o a la de Zulueta (que uno no sabe). Quizás es la primera gran película
mainstream, homosexual y cañí de nuestra
historia particular. La idea fascina y aterra, la cosa es digna de ver.
Hanónimo Ramírez
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