lunes, 18 de marzo de 2013

Pollas enormes fuera de cuadro



Anoche fui a ver la última de Almodóvar a un cine del centro. Uno, que es chico de provincia, nunca había visto tantos gais juntos. La publicidad era alucinante, creo que a eso lo llaman “segmentación del target”. Anunciaban cosas como un libro (¡en el cine!) sobre un millonario ruso  homosexual al que están chantajeando. En la portada salían dos maromos petados abrazándose. Ponían el tráiler de otra peli de apocalipsis en Barcelona, una serie de reclamos solo digeribles por una audiencia española pero culta, moderna y cosmopolita.

Es una pena que nunca fuera a un estreno de Torrente con esos chicos de mi instituto que asentían orgullosos (con la distancia del humor, sí, de la autocaricatura, pero asentían) diciendo que lo que les gustaba era “las mujeres y el fútbol”. Amaban a Torrente porque se miraban a sí mismos a través de la encarnación de sus más bajos instintos. Porque Torrente es el punto del humor español en que los defectos y las miserias de los personajes son suficientemente exageradas como para que uno no se reconozca en ellas. Es el estereotipo tan estereotipado que se disocia hasta del modelo más típico. Nunca estuve en esos estrenos, pero seguro que el que la tenía iba al cine con la camiseta del Atlético.

Porque en cierto modo es una gamberrada permitida, una gamberrada de consenso, que pretende parecer incorrecta e hiriente cuando en realidad es educada y balsámica. Los amantes pasajeros hace que unos nos sintamos más progres y menos homófobos cuando nos reímos de esos personajes-caricatura mientras estamos sentados al lado de sus referentes, a quienes desde luego respetamos. Pero no introduce la idea perturbadora de que maricas podemos ser tú o yo. Sin piercings, sin gafas de pasta, sin pedir disculpas ni llamar la atención. Y es que es una película que muestra un cliché y lo refuerza, una cinta que reafirma imágenes estereotipadas que no tienen nada de rupturista y trata de que el público se sienta reconfortado, porque o no es tan loca o porque es tan tolerante que no se pone nervioso al oír que un hombre se la ha mamado a otro. 

El director de cine más importante de España llama al rey putero en una película que cuenta con Penélope Cruz, Antonio Banderas, Raúl Arévalo, Cecilia Roth, Javier Cámara, Blanca Suárez, Willy Toledo, Lola Dueñas y un largo etcétera, igual que meses antes se ha hecho en calles, bares y redes sociales. En los amantes pasajeros la mitad de hombres son homosexuales pero siempre follan detrás de una puerta, porque en este país una cosa es ser marica y otra muy distinta ser obsceno. El compromiso de Almodóvar con la igualdad se olvida ante el miedo de que al respetable le incomoda ver a tíos dándose por culo. Chicas y chicos jodiendo sí que se ven, y con detalle. Es la primera semana de estreno y mucha gente se ríe de todos los chistes (sobre todo la que está en las butacas del centro). Hay un montón de sexo y drogas explícitas pero banalizadas, hay un runrún recurrente sobre la corrupción de cajas que estafan y aeropuertos que son una estafa, hay gente desquiciada. También hay un avión que da vueltas por la zona de Toledo con el tren de aterrizaje averiado y una tripulación que tiene que entretener –narcotizar- a los viajeros. En realidad, de eso va la peli.

El filme de Almodóvar dura lo que tiene que durar (90 minutos), se puede ver, se puede disfrutar y quizás aporta más al cine español de hoy que La piel que habito. Pienso que cuando todo el mundo dice que una película es mala algo tiene. Y Los amantes tiene provocación, pero no crítica. Puede ser un poco grosera, pero está lejos de poder ser un escándalo cultural. Se nota que Almodóvar lleva 30 años sin pisar la calle como una persona de a pie, aunque algo de prensa sí lee.

Quizás la mejor manera de apreciar Los amantes pasajeros es pensar en ella como una adaptación de Torrente, como si a Pedro Almodóvar le hubieran encargado un remake no de PepiLuciBom, sino de el brazo tonto de la ley. El manchego caracteriza una España más cercana a la de Santiago Segura o a la de Berlanga que a la de Víctor Erice (que, por cierto, existe) o a la de Zulueta (que uno no sabe). Quizás es la primera gran película mainstream, homosexual  y cañí de nuestra historia particular. La idea fascina y aterra, la cosa es digna de ver.

Hanónimo Ramírez

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