Uno de
los cambios fundamentales introducidos por la nueva Ley de Educación (LOMCE)
son las reválidas, es decir, pruebas que deberán realizar todos los
alumnos en 3º y 6º de primaria, 3º y 4º de ESO y al final del Bachillerato. No
serán los profesores los que organicen estos exámenes, sino empresas privadas
que calificarán según los criterios establecidos por el Gobierno. Dice el
preámbulo de la Ley que estas pruebas servirán para “posibilitar la adopción
temprana de las actuaciones encaminadas a resolver los problemas detectados”.
Sin embargo, las reválidas tendrán otros efectos.
En
algunos casos, el alumno que suspenda podrá ser obligado a repetir, incluso si
ha aprobado en la evaluación ordinaria realizada por sus profesores. Además de
los problemas de la repetición, que trataremos en otro artículo, esto significa
que la evaluación continua practicada por el profesorado queda en un segundo
plano. ¿Qué impacto tiene esto sobre la formación de los alumnos? ¿Por qué
la cuestión de la evaluación es tan importante?
Se pueden distinguir dos tipos de evaluación: la evaluación sumativa y la evaluación formativa. La primera es a la que estamos más acostumbrados: exámenes, normalmente calificados con una nota del 1 al 10, que pretenden reflejar hasta qué punto el alumno ha aprendido lo que se supone que debe aprender. ¿Cómo es posible medir con una escala numérica los conocimientos adquiridos en la asignatura de música, por ejemplo? Resulta cuanto menos cuestionable. Además, las notas también se usan para comparar a unos alumnos con otros, los resultados de un mismo alumno en varias asignaturas, hacer medias... Con la evaluación sumativa intentamos medir datos cualitativos con una escala cuantitativa. Pero por si esta contradicción no fuese suficiente, tenemos los estudios que demuestran que la notación no es tan objetiva como parece: si se da un mismo examen a varios profesores, obtendremos tantas notas distintas como número de profesores.
El
sistema de notas no es criticado sólo por estos defectos de origen. Primero,
hace que los profesores se centren en preparar a los alumnos para un examen
determinado, y no en un aprendizaje de calidad. Segundo, el exceso de pruebas
aumenta la tensión de los alumnos, creando un clima de competitividad que
resulta nocivo para el aprendizaje, especialmente en lo que respecta a los
valores cívicos que se supone que debe transmitir la escuela. Por último, los
exámenes con nota numérica etiquetan y estigmatizan a los alumnos: los
profesores suelen considerar que sus resultados van a ser parecidos a lo largo
del tiempo y los califican en consecuencia.
Entonces, ¿qué alternativas hay a la evaluación a través de exámenes calificados de 1 a 10? La evaluación formativa, que no tiene por objetivo clasificar a los alumnos unos respecto a otros, como hace la notación del 1 al 10, sino contribuir al proceso de aprendizaje. La evaluación continua podría considerarse una variante suave de este otro tipo de evaluación: se mantienen la notación y los exámenes, pero se tiene más en cuenta la progresión del alumno que la media de sus resultados. Es decir, un niño puede empezar el curso con malas notas, ir mejorando, y que la calificación que obtenga al final sea la última, la mejor. Pero hay otras muchas opciones.
Se pueden combinar notas numéricas con comentarios de los profesores de cada asignatura. Otra posibilidad, más lejana del sistema español, es que los alumnos evalúen sus propios trabajos y los de sus compañeros, lo que los ayuda a entender los objetivos de las tareas que realizan en clase. Además, los alumnos pueden elaborar las preguntas del examen y así adquirir una mejor visión del tema. Estas técnicas fomentan la autonomía de los alumnos, y están ligadas a una pedagogía participativa, bien diferente del modelo en el que el profesor explica y el alumno se limita a escuchar.
Un rápido vistazo a la literatura académica muestra que el recurso generalizado al sistema de notas no se justifica por su efectividad. La (falsa) promesa de objetividad de este tipo de evaluación y su comodidad explican en parte que hayamos abrazado esta opción como la única posible. Sin embargo, también es responsable de este fenómeno cierto discurso que concibe los exámenes como una forma de separar a los “buenos” alumnos de los “malos”, premiando a los primeros y castigando a los segundos. Dentro de ese discurso se enmarcan las nuevas reválidas introducidas por la LOMCE: en vez de perseguir la igualdad de resultados educativos apoyando a los alumnos con dificultades -en general los de clases más desfavorecidas-, se les ponen más obstáculos con el objetivo de culparlos de su supuesto fracaso y expulsarlos cuanto antes del sistema educativo. De esa segregación hablaremos en el próximo artículo.
Pablo Castaño Tierno
Imagen: http://taveraingles.blogspot.com.es/
Imagen: http://taveraingles.blogspot.com.es/
Me parecen coherentes los argumentos contra el sistema de evaluación sumativa y coincido con gran parte de los apuntes, pero la evaluación formativa me suscita también muchas dudas.
ResponderEliminar1.- ¿Cómo se organizaría el acceso a los estudios superiores con un sistema no numérico de evaluación?
2.- ¿Un sistema de alumnos puntuando a alumnos no generaría una competitividad mucho mayor que el actual?
3.- ¿Existe algún país en el que estas formas de pedagogía participativa y evaluación formativa funcionen como sistema predominante?
Ya como comentario personal, considero que -una vez aceptado que la objetividad no existe- un sistema de evaluación por méritos de los alumnos y especialmente por su progresión académica y personal exige una gran implicación y dedicación del profesorado y un amplio conocimiento de las personas a las que están enseñando. Y no solo eso, también cierta ejemplaridad ética, pasión por la enseñanza y compromiso con la profesión y el alumnado que yo no he encontrado, salvo en contadas ocasiones, en los profesores de mi Universidad.
Creo que la revolución verdadera, será la educación. Aquí está el cambio:
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¡Qué real!
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