José
Saramago nació hace 90 años, y hace dos nos dejó huérfanos.
Hoy
vuelve, desde sus textos y discursos[i],
para hablar con PopPol.
Los
optimistas sin conciencia y los simplistas de la alegría reivindican cada día como
especial, único, conmemorativo de la vida al fin y al cabo. Nunca he estado muy
de acuerdo con eso, ni con esta manía tan del siglo XXI de que cada día se
celebren catorce o quince aciertos o desaciertos de la humanidad.
Sin
embargo, hoy día 16 de noviembre, debería ser uno de esos que pasen a la
historia y se incorporen al imaginario colectivo. Hace exactamente 90 años
nacía, en la pequeña aldea portuguesa de Azinhaga, un hombre sencillo que supo
escuchar muchas cosas, pensar muchas otras, y escribir las mejores. Hace 90
años llegó al mundo José Saramago para llenarlo de un poco más de razón y
humanidad.
Imagen
obtenida de La
Miscelánea.
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Voy
a ser sincero, cuando me encargaron este artículo me sentí feliz al volver
sobre los pasos de Saramago, como cuando uno se reencuentra con un amigo que se
ha ido al extranjero y lo ve tan joven o más que antes, más sano y lúcido que
nunca. José cruzó la última frontera, esa aduana que no deja volver hacia
atrás, pero eso no impide que no se pueda hablar con él. Yo no sabía cómo
escribir algo sobre este Premio Nobel sin repetir los elogios que ya tanta
gente le ha dedicado, y me parecería una falta de respeto intentar llegar al
nivel escrito con el que este hombre se fue de viaje a la nada.
Por
eso, después de tirarme mucho de los pelos, he decidido que no voy a hablar más
yo, que mejor os lo cuenta él. Me decidí a hacer algo que me hubiese encantado
hacer si Saramago siguiese en este mundo, con sus valles y sus lágrimas, que no
es otra cosa que entrevistarle. ¿O acaso creéis que la muerte calla a todo hombre?
Es el humano milagro de lo escrito, que la voz del autor nos sigue diciendo
cosas sin su cuerpo, que podemos volver una y otra vez a abrir un libro como si
le estrechásemos la mano.
Así
llego a su casa, porque aunque los ladrillos se moviesen de Portugal a
Lanzarote su auténtica vivienda fueron siempre sus libros y su palabra. Ahí es
donde sigue vivo, y ahí es donde voy a encontrarme con él.
Buenos días José. Un
placer conocerle. Cumpliría usted 90 años hoy, aunque se fue hace dos para
hacernos la puñeta. ¿Qué tal la muerte? Usted siempre fue muy crítico con la
idea religiosa de un más allá. ¿Qué nos comenta ahora con la experiencia?
Siempre
se muere demasiado pronto. Lo que extingue la vida y sus señales no es la
muerte, sino el olvido. La diferencia entre muerte y vida es ésa. Lo que cuenta
para nosotros en este caso es otra diferencia mucho más humana: la diferencia
entre estar y no estar.
Usted ha conseguido
entonces, al modo de los clásicos, ganarse ese ‘estar’ posterior que
denominaban la Fortuna. Su relación con dios ha sido también una polémica que
le ha acompañado durante toda su carrera. ¿Algo que decir?
Dios
es el silencio del universo, y el ser humano el grito que da sentido a ese
silencio. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos
inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un dios. Para qué. Nunca
lo conoceríamos.
Recuerdo la presentación en España en el año 2010 de la película
documental llamada José y Pilar, que recorría su vida con su mujer durante los
cuatro años de escritura de “El viaje del elefante”. Fue en la Universidad
Carlos III (de cuya residencia es Becario de Honor), y acudió Pilar del Río, que
durante sus últimos años fue su esposa. El público se dividió en opiniones
sobre usted, y una señora, con cierto tono de indignación, dijo no comprender
por qué alguien que se declara ateo no para de hablar de Dios.
Ateo es sólo una palabra. En el fondo, estoy
empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores
coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene
que ver con la creencia en un dios superior y eterno, que un día me condenará,
me parece una chorrada. Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque
no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de dios
porque es un problema que afecta a toda la humanidad.
¿Qué critica de las
religiones?
Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se
ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los
humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la más criminal, la más
absurda, la que más ofende a la simple razón, es aquella que, desde el
principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de Dios.
Las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca
han servido para aproximar y congraciar a los hombres. Por el contrario, han
sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de
monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más
tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de
respeto por la vida, deberíamos tener el valor de proclamar en todas las
circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los
creyentes de cualquier religión no sólo fingen ignorarlo, sino que se yerguen
iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es más que un
nombre, nada más que un nombre, el nombre que, por miedo a morir, le pusimos un
día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real.
Dice Nietzsche que todo estaría permitido si dios
no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de dios es
por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente
lo más horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisición fue, también, como hoy
los talibán, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente
textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer,
un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad
de conciencia y contra el más humano de los derechos: el derecho a decir no, el
derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que sólo eso es lo que la
palabra herejía significa.
Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo
que no existe, que no ha existido ni existirá nunca.
Ya trató usted ampliamente la religión católica y sus bases en el que
fue su libro más polémico, El Evangelio
según Jesucristo. En ese texto humanizó la figura de Jesús y de José, puso
faltas a María y virtudes a Magdalena, equilibró la balanza de Dios y el
Diablo. Ese fue el libro de la censura en Portugal, y el que le empujó al
autoexilio para marcharse a Lanzarote en 1991. ¿Una conclusión sobre el significado de esa
obra?
Comprendió Jesús que vino traído al engaño como
se lleva al cordero al sacrificio, que su vida fue trazada desde el principio
de los principios para morir así, y, trayéndole la memoria el río de sangre y
de sufrimiento que de su lado nacerá e inundará toda la tierra, clamó al cielo
abierto donde Dios sonreía, Hombres, perdonadle, porque él no sabe lo que hizo.
Usted consiguió convertirse en un autor más universal que nunca gracias
a ese libro, pero su bibliografía es extensa. Comenzó con Tierra de Pecado en 1947, y luego no publica nada hasta pasados 20
años, hasta que en 1966 sacó Poemas
Posibles, por el que recibió sus primeros pagos en derechos de autor. ¿Cómo
está un escritor tantos años sin decir nada?
Sencillamente no tenía algo que decir y cuando no
se tiene algo que decir lo mejor es callar.
Perdóneme la
expresión, pero hacen falta muchos huevos para hacer algo así, para dedicarse a
escuchar durante 20 años. Plasmando esas dos décadas de escucha en sus libros
posteriores entiendo por qué le dieron el Nobel en 1998. Por cierto, su
discurso de aceptación fue algo alabado y reproducido sin cesar. Sé que lo
mejor es leerlo completo pero, ¿me resaltaría algunos fragmentos de lo que allí
dijo?
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida
no sabía leer ni escribir.
Se refiere a su abuelo.
Sí. A las cuatro de la madrugada, cuando la
promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del
catre y salía al campo.
Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha mis
abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la
noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro
de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los
llevaban a su cama. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de
alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba,
sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la
naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de
lo que es indispensable.
Algunas veces, en noches calientes de verano,
después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos
debajo de la higuera". Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con
las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando. Nunca supe si él se
callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no
dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las
pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato:
"¿Y después?".
¿Y su abuela?
Cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y
yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía
en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada
una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando
las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas
palabras: "El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir". No
dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y
continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese
recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la
belleza revelada.
Imagen obtenida de CentroTampa
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Ya que hemos hablado de la muerte al principio de esta entrevista, y la
pena que le daba a su abuela morir, ¿cómo lidió su abuelo con la idea de irse y
no volver?
Mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de
historias, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los
árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no
los volvería a ver.
Muchos años después, escribiendo por primera vez
sobre éste mi abuelo Jerónimo y ésta mi abuela, tuve conciencia de que estaba
transformando las personas comunes que habían sido en personajes literarios y
que ésa era, probablemente, la manera de no olvidarlos, dibujando y volviendo a
dibujar sus rostros con el lápiz siempre cambiante del recuerdo, coloreando e
iluminando la monotonía de un cotidiano opaco y sin horizontes, como quien va
recreando sobre el inestable mapa de la memoria, la irrealidad sobrenatural del
país en que decidió pasar a vivir.
Podemos ver que sus abuelos fueron personas muy importantes en su vida.
¿Qué nos dice de los personajes de sus obras?
En cierto sentido se podría decir que, letra a
letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido,
sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé.
Considero que sin ellos no sería la persona que
hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo
impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar,
la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.
Ahora soy capaz de ver con claridad quiénes
fueron mis maestros de vida, los que más intensamente me enseñaron el duro
oficio de vivir, esas decenas de personajes de novela y de teatro que en este
momento veo desfilar ante mis ojos, esos hombres y esas mujeres, hechos de
papel y de tinta, esa gente que yo creía que iba guiando de acuerdo con mis
conveniencias de narrador y obedeciendo a mi voluntad de autor, como títeres
articulados cuyas acciones no pudiesen tener más efecto en mí que el peso
soportado y la tensión de los hilos con que los movía.
Hablemos un poco de política (lo siento, es imprescindible). Usted fue
un militante comunista desde el año 1969, y ha defendido con férreas palabras
un mundo de valores más humanos basados en una ideología de izquierda. Y sin
embargo, también ha sido muy crítico con sus compañeros ideológicos.
Antes nos gustaba decir que la derecha era
estúpida, pero hoy día no conozco nada más estúpido que la izquierda.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos,
tal y como está redactada, y sin necesidad de alterar siquiera una coma, podría
sustituir con creces, en lo que respecta a la rectitud de principios y a la
claridad de objetivos, a los programas de todos los partidos políticos del
mundo, expresamente a los de la denominada izquierda, anquilosados en fórmulas
caducas, ajenos o impotentes para plantar cara a la brutal realidad del mundo
actual, que cierran los ojos a las ya evidentes y temibles amenazas que el
futuro prepara contra aquella dignidad racional y sensible que imaginábamos que
era la aspiración suprema de los seres humanos.
En España tuvimos el día 14 una huelga general, que no tuvo demasiado
éxito (aunque sí las manifestaciones). A los sindicatos les han llovido
críticas desde todos los frentes, la opinión pública parece no estar mucho de
su parte ¿Su opinión?
Las mismas razones que me llevan a referirme en
estos términos a los partidos políticos en general, las aplico igualmente a los
sindicatos locales y, en consecuencia, al movimiento sindical internacional en
su conjunto.
De un modo consciente o inconsciente, el dócil y
burocratizado sindicalismo que hoy nos queda es, en gran parte, responsable del
adormecimiento social resultante del proceso de globalización económica en
marcha. No me alegra decirlo, mas no podría callarlo. Y, también, si me
autorizan a añadir algo de mi cosecha particular a las fábulas de La Fontaine,
diré entonces que, si no intervenimos a tiempo -es decir, ya- el ratón de los
derechos humanos acabará por ser devorado implacablemente por el gato de la
globalización económica.
En este país desde hace algo más de un año hay una fuerte corriente
crítica con nuestro sistema democrático actual. ¿Es la democracia, tal y como
se aplica hoy día, el sistema que nos permite vivir de la mejor manera?
¿La democracia, ese milenario invento de unos
atenienses ingenuos para quienes significaba, en las circunstancias sociales y
políticas concretas del momento, y según la expresión consagrada, un Gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo?
El sistema de gobierno y de gestión de la
sociedad al que actualmente llamamos democracia
no lo es. Es verdad que podemos votar, es verdad que podemos, por
delegación de la partícula de soberanía que se nos reconoce como ciudadanos con
voto y normalmente a través de un partido, escoger nuestros representantes en
el Parlamento; es cierto, en fin, que de la relevancia numérica de tales
representaciones y de las combinaciones políticas que la necesidad de una
mayoría impone, siempre resultará un Gobierno.
Todo esto es cierto, pero es igualmente cierto
que la posibilidad de acción democrática comienza y acaba ahí. La única fuerza
real que gobierna el mundo, y por lo tanto su país y su persona, es el poder
económico, en particular la parte del mismo, siempre en aumento, regida por las
empresas multinacionales de acuerdo con estrategias de dominio que nada tienen
que ver con aquel bien común al que, por definición, aspira la democracia.
Todos sabemos que así y todo, por una especie de
automatismo verbal y mental que no nos deja ver la cruda desnudez de los
hechos, seguimos hablando de la democracia como si se tratase de algo vivo y
actuante, cuando de ella nos queda poco más que un conjunto de formas
ritualizadas, los inocuos pasos y los gestos de una especie de misa laica.
Usted fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 2007, y soñó más de
una vez con una unión Portugal-España en lo que denominó Iberia (y dejó patente
sus pensamientos sobre lo que ello supondría en su libro La Balsa de Piedra).
¿Qué nos dice del sur de España, y de esa idea de unión peninsular?
En Andalucía me siento en casa, no es mi tierra,
pero es tierra mía, porque aquí me acogieron, me hicieron fácil la integración.
Los andaluces tenéis una reputación que no va mucho con el trabajo, parece que
habéis venido al mundo para bailar, cantar, tomar unas tapas… y parece que no
trabajáis, y no es así ¡Lo que pasa es que no dormís!
Me siento, en primer lugar, portugués, en segundo
lugar, ibérico y europeo, si encuentro motivo para serlo. Tenemos que llevar a
Europa hacia el Sur, aunque ya es África la que está subiendo al Norte.
Bueno José, por mí podría quedarme hablando con usted hasta que el sol
se pusiese, y nos fuésemos a tumbarnos bajo esa higuera de su abuelo, para que
siguiese contándonos historias de infancia, reflexiones y andanzas. Pero está
usted muy ocupado, tiene mucho que discutir con Dios y el Diablo (si es que no
son lo mismo), o simplemente querrá descansar en la nada. Se lo merece después
de tantos años y tantas palabras.
Si afirma que se creó a sí mismo a través de sus personajes, en ese caso
no se preocupe, seguiremos leyéndole, seguiremos, por tanto, reviviéndolo.
Así a lo mejor, cuando nos llegue a nosotros también el momento de
irnos, no nos dé miedo, y vayamos con una vista que traspase realidades, con
los ojos de Blimunda en su Memorial del
Convento. Unos ojos que no sean ciegos como en Ensayo sobre la ceguera. Unos ojos que, gracias a José Saramago, no
tengan miedo de mirar la vida y la muerte.
Muchas gracias por haber existido y permanecer en sus libros.
Álvaro Pelegrín @PelegrinM
[i]
Todas las palabras, textos y discursos aquí reproducidos pertenecen a
entrevistas anteriores realizadas a Saramago, o bien se encuentran en alguna de
sus publicaciones. Los derechos de autor pertenecen a las editoriales o
publicaciones originales.
Esta entrevista ficticia pretende ser un homenaje sin
lucro alguno, simplemente un recordatorio de uno de los más grandes escritores
de toda la Historia. No encontré mejor manera de honrar a este hombre que
haciendo vivir de nuevo sus palabras.
A continuación se detallan los enlaces de todos y cada
uno de los textos de los cuales se han obtenido fragmentos o información
biográfica.
·
Fundación José
Saramago: http://www.josesaramago.org/
·
Especial José Saramago de
El País http://www.elpais.com/especial/jose-saramago/
Gracias por esta entrevista. Resulta reconfortante escuchar sus comentarios postmortem.
ResponderEliminar"escribir es escuchar el ruido del mundo" y eso es lo que hizo Saramago durante los 20 años que comentas en tu entrevista.
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