viernes, 20 de abril de 2012

YPF y la Patria: un divorcio anunciado


La historia de YPF, y en general la de los recursos estratégicos de un país y del destino que se da a los excedentes que estos siempre generan, suele ser la historia misma de esos países. Al margen de los ingresos, seguramente importantes, que la nacionalización traerá para la hacienda pública argentina, la cuestión de YPF tiene mucho más que ver con un proyecto de nación amputada y estéril, que es a la vez el proyecto nacional inacabado de toda América Latina. Los movimientos nacionalistas y populares que sacuden todo el continente suponen, sin riesgo de exagerar, un auténtico segundo grito de independencia nacional, justo cuando se cumple el bicentenario de aquellas primeras luchas anticoloniales. 

Se dice que las naciones siempre son y serán “comunidades imaginadas”,[1] apuntando a que están formadas por discursos performativos que construyen el consentimiento político, la cohesión y determinados rasgos de solidaridad interpersonal entre desconocidos. Al margen del elemento óntico, es decir, de determinadas características diferenciales que distinguen, por ejemplo, a los chinos de los caribeños, aquí lo que nos interesa es situar el discurso nacional como ontológicamente constitutivo del fenómeno político. O, dicho en otros términos, los nacionalismos y el relato discursivo asociado a la cuestión nacional no sólo son consecuencia de las naciones, en tanto que realidades preexistentes, sino también, y de modo muy significativo, causa de las mismas. Mediante dicho proceso, las personas constituyen un “nosotros” separado del “ellos” foráneo, mediante la narración y mitificación de determinados componentes sociales, étnicos o históricos. Cuando Cristina Fernández anuncia la nacionalización de YPF no detalla ante el auditorio los millones de pesos que el estado pasará a ingresar, ni siquiera habla de las políticas públicas que se  podrán financiar con la medida. No lo hace porque la recuperación de YPF habla el lenguaje subterráneo de las identidades y de la comunidad, el lenguaje del parentesco y la hermandad inventada con el que se comunican todas las naciones.
La construcción nacional es siempre, lo estamos viendo con el caso de YPF, un proceso  colectivo, polémico y constitutivo. Por tanto, es uno de esos fenómenos asombrosamente políticos. Como todas las identidades sociales y políticas, las naciones siempre se construyen mediante la creación en el imaginario colectivo de mitos que la comunidad rechaza. Por eso, no todas las naciones son iguales, ni todos los nacionalismos, como a veces hay que oír, son burgueses. Aunque con muchos matices, la nación latinoamericana es un producto histórico forjado por las luchas anticoloniales y siempre con el impulso de la sociedad civil en contra de una oligarquía estatal que, para su desgracia y probablemente también para la nuestra, nunca supo sino trabajar al dictado de poderes extranjeros. En América Latina, la historia lo demuestra, la élite se desmorona y no sabe mandar sino es obedeciendo al imperio de turno; pasamos por  las manos y las bayonetas de españoles e ingleses, y en los últimos años por las de los norteamericanos. Por ello, en pleno siglo XXI, el proyecto nacional de América Latina está en plena construcción, abierto a mutaciones, retrocesos y contradicciones, en el nada sencillo camino de zafarse de la capacidad de mando de la oligarquía local, que nunca mejor dicho y gracias a la insurrección plebeya, está perdiendo el norte. 
Es en este contexto en el que hay que enmarcar la nacionalización de YPF. Los medios nacionales e internacionales hablan de que la medida es fruto de un gobierno acorralado por la crisis; pero sobre todo hablan siempre y a todas horas de un gobierno y una medida populista, con claro tono peyorativo. Para Ernesto Laclau,[2] autor por cierto argentino, la ruptura populista consiste en la dicotomización del espacio social de referencia, mediante la construcción discursiva del sujeto colectivo “pueblo”, en claro enfrentamiento a la élite. Precisamente, la construcción, clásicamente peronista de “pueblo” y ahora revitalizada por los gobiernos de los Kirschner, sirve en este caso para agregar y aglutinar en torno a reivindicaciones nacionalistas. Nos gusten unos más que otros, o no nos guste ninguno, la mayoría de los gobiernos progresistas de América Latina han llegado al poder después de grandes convulsiones lideradas por la sociedad civil y contra el Estado, mediante una agregación simbólica en la que no falta nunca la nación como pieza reina aglutinante. En la actualidad, derrocado el régimen neoliberal en la calle primero y en las urnas después, el  conflicto de institucionalización del movimiento y de demandas insatisfechas de la sociedad civil es uno de los principales desafíos a los que se enfrenta nuestra América. En estos momentos, en la mayoría de países el centro de poder parece haber vuelto al Estado, como si las aguas volviesen a la calma después de tanta tormenta. Sin embargo, y esto es importante, el Estado ya sabe que puede ser atacado y reformado si no escucha y satisface las demandas que nacen en la sociedad civil. No sería justo pedir a los gobiernos latinoamericanos que resuelvan en poco tiempo los problemas enquistados por más de cinco siglos de saqueo, dependencia y expolio; pero sí que vayan avanzando hacia la soberanía nacional plena; que es precisamente una de esas exigencias, no la única sin duda, tantas veces pisoteadas e ignoradas por el estado neocolonial. La nacionalización de Repsol, acaecida en un país con la importancia de Argentina, sin duda contribuye a ello.
Las naciones, en fin, son puras invenciones de voluntad y vida en común. Por eso, durante mucho tiempo, América se ha mirado en un espejo de subalternidad, mansedumbre, exclusión y dependencia. Los tiempos han cambiado y la memoria del saqueo ha devenido, por fin, como dice Álvaro Garcia Linera,[3] en insurrección plebeya. El “momento” nacional-populista que vive América Latina y del que la nacionalización de Repsol es buen ejemplo, está sirviendo para desplazar definitivamente a las élites anteriores y a sus políticas neoliberales, que dominaron el continente no hace tanto. Está avanzando también nuestro continente en la conquista de derechos, ciertamente no menores, para los que siempre fueron parias en sus propias tierras. Sirve, así mismo, para que con el tiempo y el contagio, el escenario de polarización política que existe en muchos países pueda abrir rendijas por las que estos movimientos profundicen sus medidas de cambio e inunden- más, mucho más- de radicalidad democrática y social toda América Latina.
Posiblemente más que de una guerra económica, la nacionalización de YPF en Argentina es manifestación de una guerra simbólica, que se libra todos los días, cuerpo a cuerpo y calle a calle, en todos los rincones de América Latina. Es una disputa por las estructuras de jerarquización, división, representación y narración del mundo, de la historia y de su porvenir. Por eso, nadie debe pensar que la revolución social se tiene que concretar en un golpe de timón de algún caudillo o en un acto gubernamental que mande a los calabozos a la burguesía. La revolución social, en estos momentos y en América Latina, sólo puede ser un proceso de largo alcance, histórico y práctico, de construcción nacional y de clase; de  construcción, al fin y al cabo, de “pueblo”, que vaya agrietando las relaciones de fuerza, injustas e inhumanas, que impone el sistema capitalista.


Guillermo Jiménez () para PopPolMagazine

[1] Para más información sobre la teoría de la nación y del estado, así como sobre el discurso nacionalista y los tipos de nacionalismo es recomendable la obra de Ernest Gellner, “Naciones y nacionalismo, Alianza Editorial, Madrid, 2001.
[2] Para mas información sobre la ruptura populista y la hegemonía política en América Latina ver el interesante artículo de Ernesto Laclau “Populismo y transformación del imaginario político en América Latina”, disponible en http://www.jstor.org/discover/10.2307/25675327?uid=3737952&uid=2&uid=4&sid=47698896227657
[3] Muy recomendable para comprender la cultura politica de America Latina y el proceso de cambio en marcha, la obra de Álvaro García Linera  “ La potencia plebeya” , Casa de las Américas, 2011. 

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