El término “nativo digital”, sellado con fuego en cada
estudio que relaciona los campos de la educación y las nuevas tecnologías, ha
sido popularizado (mejor que inventado) por un escritor y comunicador bastante
peculiar llamado Marc Prensky. Un nativo digital es una persona nacida en el
momento en el que ya existían las tecnologías digitales y además se aplicaban a
la vida cotidiana, es decir, finales de los años 70 y principios de los 80.
Además, el señor Prensky tiene una supuestamente revolucionaria teoría sobre
cómo debería ser la educación actual y la expone en Teaching Digital Natives: Partnering for Real Learning. Con algunos
baches utópicos, sí que se pueden extraer ideas y patrones de docencia bastante
interesantes.
Mientras
investigaba sobre los límites de dicho término y hasta qué punto se puede
calificar así a alguien nacido en los 80, cuando son muchos los jóvenes y
universitarios que no tienen una relación especialmente buena con las nuevas
tecnologías, Marc Prensky mencionaba en una entrevista la palabra videojuegos.
Específicamente en la conducida por Eduard Punset en Redes. “No me molestes mamá
que estoy aprendiendo” era el título del programa en concreto.
En él hablaba
sobre lo imprescindible que es la inserción de los videojuegos en el proceso de
aprendizaje escolar. No entiende a esos padres o tutores que regañan a su hijo
cuando están con la consola de videojuegos mientras que lo vitorean cuando
resuelve un problema que le mandan en la escuela. Prensky concibe el videojuego
como un jeroglífico. Como un reto que desarrolla las facultades de su jugador.
Menciona la importancia de que padres e hijos jueguen juntos y evita el
estereotipo de jugador reservado y taciturno.
Aunque lo mejor
viene ahora. Si ya un plano-contraplano de los señores Punset y Prensky supone
un espectáculo televisivo, todo ello se adereza cuando el experto en nativos
digitales no duda cuando dice que hay estudios que demuestran que todos esos
niños que jugaron con las primeras consolas en los 70 y 80 ahora son mejores y
más hábiles profesionales. Un hecho especialmente demostrable para los
cirujanos laparoscópicos. Bravo.
Ante la anterior
afirmación, la parte de mí prudentemente aficionada a los videojuegos se acordó
instantáneamente de algunas horas que pasé frente a la pantalla con la saga
Trauma Center. Si ya la generación que creció matando marcianitos tiene tal
habilidad con el bisturí, no quiero ni imaginar a esos niños elitistas que, en
vez de cuidar a perros en su Nintendo DS, decidieron operar en un simulador
médico.
Para los
curiosos, hay dos formas de jugar a Trauma Center: Una mediante la pantalla
táctil (TC: Under the knife I y II para
la Nintendo DS) y otra a pleno pulso (TC:
Second opinion, TC: New blood y TC: Trauma Team para Wii). Son juegos
entretenidos, frenéticos y con un grado de dificultad progresiva bastante
estimulante.
Un reto algo complicadillo, nada para un verdadero cirujano
No hay duda de que,
así como la única escuela de los tenistas profesionales fue Wii Sports y la de
los mejores guitarristas Guitar Hero, no hay cirujano laparoscópico que no haya
catado antes el vertiginoso Trauma Center.
Juan Bernardo Rodríguez, @mrjotabe
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