martes, 26 de junio de 2012

La muerte de una tortuga


"Durante décadas se intentó sin éxito que 'Solitario George' se reprodujera." EL PAÍS 25/06/2012

Nadie sabe la edad exacta con la que la tortuga galápago George murió. Solo algunos científicos de blancas batas, de gafas de pasta negras con ribetes amarillos, sonrisa apagada y ojos tristes nos dirán que probablemente superaba los cien años de edad.

Solitario George./ Telesurtv.net


Cien años de miseria, de angustia y de no poder cumplir el objetivo por el cual la evolución nos puso aquí. Más de cien años de un error.

Conocida como "Solitario George", esta tortuga nació en la Isla de Pinta, la más septentrional del archipiélago de las Galápagos, donde Darwin se inspiró para modelar su teoría de la evolución. Y la evolución humana, con su rueda, su astronomía, su ganadería y sus coches híbridos, destruyó el ecosistema de la isla. Introdujo cabras que diezmaron el hábitat y provocaron la extinción de una especie. De una puta especie. Como el dodo o el cucú o el Homo Sapiens.

La tortuga George no era consciente de su importancia en la historia. Un grupo de Homo Sapiens trasladaron a esta Chelonoidis Abingdoni  hacia otro lugar, con la esperanza de que el reptil se reprodujera y así subsanar el error.
Pero George no se podía reproducir. No era muy ducho en la materia después de vivir solo durante tanto tiempo. No sabía que tenía que hacer, si debía piropear a la tortuga hembra o por el contrario debía ignorarla, maltratarla y retorcer sus sentimientos hasta extremos no animales, casi humanos.

Finalmente, después de quince años de convivencia, George consiguió copular con una especie en concreto, la del volcán Wolf, de la isla Isabela. Quince años de por favor, de no sólo como amigos, de hoy como has bebido casi pero no. Algunas figuras ovaladas, de un color similar al marfil, salieron de las tortugas hembras. Los biólogos del programa de crianza en cautiverio de la Dirección del Parque Nacional Galápagos se frotaban las manos. No podían creer lo que veían a través de sus gafas de pasta negras con ribetes amarillos.

Esperaron.

Esperaron que saliera otro igual. Otro George, que permitiera a la evolución continuar su camino, que permitiera que nadie se acordara de que el Homo Sapiens introdujo cabras donde no debía. Se las prometían muy felices, pero los huevos no eran fértiles.

La naturaleza es una gran hija de puta, y lo es más por actuar sin consciencia. Algún astuto abogado alegaría que la acusada "no sabía lo que hacía" cuando juntó al Homo Sapiens con las otras especies del planeta. Y un juez la absolvería, seguramente.

Mañana, cuando ya hayáis hablado en vuestros descansos-cigarro sobre la tortuga George, cuando ya hayáis vaciado todas las lágrimas posibles pensando en la soledad de este pobre animal, nadie sabrá qué es una Chelonoidis Abingdoni. Pero todos seguiremos sabiendo qué es un Homo Sapiens, aunque no sea digno de tal nombre.
Iván C. Portero @narkidrina

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