miércoles, 23 de mayo de 2012

Si te comes una barrita Mars sin hacer muecas (lo que la comida dice de nosotros)




Tenía razón el señor Salvador Sostres (y atentos porque en 'tener razón' Sostres es un reloj parado) cuando escribió que “la cocina creativa es [...] una disciplina artística como la pintura, la música o la literatura, y con ella se pueden expresar ideas y sentimientos con la misma precisión que escribiendo o dibujando”.


Eso es verdad. O casi. El auge de la ‘cocina creativa’ ha dado visibilidad a los grandes chefs y tal. Ahora todos sabemos que Adriá es un Joyce de la vida y que la Guía Michelin es una suerte de Canon Occidental bloomiano. Pero hay más: a mí lo que me pone verraco es la gastronomía de género, de serie b, gore o del oeste. ESE tipo de gastronomía, ese tipo de cultura.

Ok. No tienen muy claro a que tipo de gastronomía me refiero.

Les doy un ejemplo: Un plato digno de William Wallace. ¿Saben de esas chocolatinas Mars que venden en cualquier sitio? Pues en muchas freidurías escocesas se rebozan y se fríen para darnos un homérico (por Homer, no por Homero) y delicioso manjar.

La receta se inventó en 1995 en el Haven Chip Bar (que ahora se llama The Barron) sitio en la ciudad-donde-Jesucristo-perdió-una-chancla de StoneHeaven, cerquita de Aberdeen. Y aunque algunos dicen que es la clave de la ‘injusta belleza‘ de Pete Cashmore – el fundador de Mashable – el plato no tuvo mucho éxito. Hasta que un periodista despistado (o un jefe de sección o un director, que con estas cosas nunca se sabe) quiso denunciar la mala alimentación del país un 24 de agosto. El deep-fried mars fue el símbolo, aunque no lo comiera nadie. Y claro, como serpiente de verano recorrió todos los medios británicos adormecidos a falta de unos buenos disturbios veraniegos y, para que se hagan una idea, llegó (incluso) hasta la BBC. ¿Resultado? El consumo se disparó, toda freiduría digna de tal nombre lo incluyó en su menú y en la Mars Food UK Ltd. alguien fue tremendamente feliz.

Sé que ponerse sociológico con una chocolatina puede ser cosa de risa pero quizá esa es la idea más interesante que podamos sacar nunca de un trozo de turrón y caramelo con cobertura de chocolate: que la comida habla de nosotros.


Aquellos 90 fueron años duros. Películas como Trainspotting o The Full Monty (aunque esta película trata de Sheffield – Inglaterra, vale como ejemplo del norte industrial de la Gran Bretaña), que se rodaron en esos años, reflejan el zeitgeist del thatcherismo tardío al que me refiero. Fue entonces cuando la Community Charge (o giliPoll Tax, como la llamamos los amigos) permitió a la obrerista Escocia reencontrarse ‘consigo misma’ y el independentismo (dormido tras el referéndum fracasado de 1979) creció y creció. No voy a decir que el mars frito adquirió rango de símbolo nacional, pero de facto lo hizo. Por cada medio de Londres (o de Manchester) que hablaba mal sobre Escocia, cientos de escoceses proyectaban ‘marses rezumando aceite’ contra las paredes de sus arterias. Así se hace país.

Hoy, según un estudio de la Sistema Sanitario Escocés, un 22% de las freidurías ofrecen el producto y un 17% las venden con cierta asiduidad.
La comida habla de nosotros, forma parte de nuestra identidad: es pura poppolítica. Por eso me interesa la cocina, porque el recetario popular es lo más cercano que tenemos a un registro de cada forma comunitaria de ver el mundo.


Receta: A mi como más gusta es sumergiendo la chocolatina en un rebozado muy muy frío hecho con harina, miel, cerveza negra y sidra. Y ¡zás! Aceite caliente como el infierno.












Javier Jiménez

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