martes, 1 de mayo de 2012

Hacia un 15 de mayo más unitario


Pocos días antes de la huelga general del 29-M, se filtró un documento en el que las cúpulas de los dos principales sindicatos despreciaban al movimiento 15-M, insultado así a los millones de ciudadanos que han participado en él este último año. El día de la huelga, en la calle Alcalá, los piquetes sindicales se encontraron con el piquete juvenil-precario del 15-M. Los sindicalistas los recibieron con aplausos y gritos de ánimo, y les abrieron paso. ¿Qué modelo podemos esperar para el futuro?
Fotogracción.org


              Se acerca el quince de mayo: ya ha pasado un año del nacimiento del movimiento ciudadano que ha oxigenado el panorama político español cuando más falta le hacía. Con el primer aniversario, no faltarán los balances sobre el 15-M, sobre sus logros y sus fracasos. Pero no hablamos aquí del pasado, sino del futuro. En concreto, de las próximas movilizaciones, convocadas entre los días 12 y 15 del mes. Las diversas asambleas, plataformas y organizaciones políticas y sociales que se identifican con la etiqueta del 15-M aspiran a volver  a llenar las calles, y hay pocas dudas de que lo conseguirán. Pero ese no debe ser el único objetivo del 12M-15M, sino que esta doble fecha puede y debe aprovecharse para marcar un punto de inflexión en la evolución del movimiento, ampliando su base social a través de una una relación más estrecha o, al menos, más cordial, con actores que hasta ahora han mantenido una actitud de desconfianza ante el 15-M. Me refiero, esencialmente, a los sindicatos mayoritarios. Estos doce meses de coexistencia (más que convivencia) entre Comisiones Obreras y UGT, por un lado, y del 15-M, por otro, nos han enseñado que ambos tienen una relevancia política considerable: el 15-M se ha convertido en un actor primordial, y los sindicatos mayoritarios siguen siéndolo. Por eso están condenados a entenderse, al menos más de lo que lo han hecho hasta ahora. Detengámonos un momento en cada uno de ellos.


El 15-M se ha vuelto importante, los sindicatos mayoritarios lo siguen siendo

A partir de mayo de 2012, los análisis periodísticos y políticos se sucedieron vertiginosamente: algunos despreciaban al 15-M como un patético pataleo ciudadano, otros lo elevaban a la categoría revolucionaria. Tras un año, podemos buscar algo parecido a la justa medida de la relevancia del movimiento en algún lugar entre esos dos extremos. En lo que se refiere a la movilización, se logró el objetivo de tomar las calles y las plazas durante unas semanas. Luego, la asistencia a las asambleas cayó, pero las manifestaciones del 19 de junio y del 15 de octubre volvieron a ser masivas. Por otro lado, el 15-M ha conseguido logros en lo que a la agenda política se refiere, introduciendo temas hasta ahora silenciados, como los desahucios, manifestación extrema de la violación cotidiana del derecho a la vivienda. También se ha logrado ampliar y profundizar las lagunas de pensamiento alternativo que ya existían, construyendo un discursomás coherente que el balbuceo ideológico que salía de las primeras acampadas de mayo. La inteligencia colectiva ha hecho su trabajo a lo largo de meses de asambleas y, sin tener el programa cerrado de un partido (afortunadamente), hoy el 15-M tiene una orientación política bastante clara, con alternativas reales en los ámbitos económico, social, ecológico y político. ¿Cuál ha sido el precio pagado por esta concreción política? Perder la participación de muchos que vinieron a las plazas en mayo, atraídos, si no por la mera novelería política, por las vagas proposiciones de profundización en la democracia liberal sin transformación socioeconómica. A primera vista estas deserciones parecen una mala noticia, pero no hay motivos para lamentarse: el siniestro panorama político de estos meses confirma cada día más lo acertado del diagnóstico y las alternativas construidas por el 15-M. Por eso, a los que se perdieron en mayo de 2011, hay que llamarlos a volver en 2012, con el mensaje sólidamente progresista que el movimiento ha construido.

              ¿Y los sindicatos, qué? Desde el año pasado, se han multiplicado y agravado las agresiones a los derechos de las mayorías sociales (parados, trabajadores fijos, precarios, estudiantes...). Tanto que hasta los dos grandes sindicatos, tan reticentes en los últimos tiempos a salir a la calle, se han visto obligados a reaccionar. En varias Comunidades Autónomas ha habido manifestaciones y huelgas de funcionarios contra los recortes, sobre todo en la educación y en la sanidad. Comisiones y UGT han convocado muchas de estas movilizaciones, pero en muchas ocasiones ha sido la revitalización de los sectores progresistas propiciada por el 15-M la que ha mantenida viva la lucha. Por ejemplo, en la Marea Verde madrileña en defensa de la educación pública, los sindicatos tradicionales se han visto desbordados por la combatividad de muchos profesores, organizados en asambleas libres de la tutela sindical. Padres y estudiantes han hecho causa común con los docentes, y no parece que el “efecto 15-M” sea del todo ajeno a esta progresiva interiorización de diversos sectores ciudadanos de que los ataques afectan a todos por igual. Igualmente, las masivas protestas en Cataluña y otros territorios no son solo consecuencia de la capacidad de movilización de estos sindicatos. Sin embargo, el mejor ejemplo de esta dinámica fue la huelga general del 29 de marzo: ese día se confirmó la necesaria complementariedad entre los sindicatos mayoritarios y el 15-M. Tras meses gritando en las calles que “hacía falta ya una huelga general”, y tras una reforma laboral aterradora, Comisiones y UGT convocaron la huelga. El seguimiento fue escaso, según el imaginativo balance de los grandes medios de comunicación, pero en realidad fue un éxito, en comparación con la de 2010, e incluso con la de 2002 (la que paró el “decretazo” de Aznar). Pero, sobre todo, fue un éxito de movilización ciudadana. Las calles se llenaron con cientos de miles de personas, y los piquetes sindicales contaron con la compañía de piquetes ciudadanos surgidos de asambleas populares. Además, la implicación del 15-M dio una dimensión nueva a la histórica herramienta de defensa de los derechos de los trabajadores: a la huelga de trabajo, se unió la huelga de consumo. Conscientes de que en una época en la que la precariedad es la norma y en que, por lo tanto, la coacción empresarial para evitar el ejercicio del derecho a la huelga es más fuerte que nunca, las asambleas del 15-M llamaron a una huelga novedosa, que todo tipo de ciudadanos pudiesen hacer suya. La huelga sigue siendo esencialmente de los trabajadores, y estos la secundan llamados por los sindicatos que tienen la capacidad legal de convocarla. Pero no son ellos los únicos que determinan su éxito o su fracaso, y parece justo reconocer el papel que en la última jugaron las asambleas y organizaciones que se identifican con el sello del 15-M.
             
              Por lo tanto, tanto el 15-M como los sindicatos tradicionales son necesarios en el oscuro panorama político al que nos enfrentamos. ¿Cómo profundizar en su complementariedad, para que la coexistencia se convierta en convivencia? Negar las inmensas diferencias entre ellos sería absurdo, igual que lo sería cualquier intento de limitar su mutua autonomía. Por eso, la mejor opción parece ser la señalada por Jaime Pastor: “Marchar separados y golpear juntos”. Para materializar ese objetivo, debemos avanzar en una cierta convergencia tanto teórica como práctica, es decir, en el discurso y en la acción de ambos actores.


Convergencia en la teoría, unidad en la acción
             
              Desde el punto de vista teórico es de justicia reconocerle al 15-M la capacidad de articular luchas sectoriales en un discurso político global. Las asambleas y plataformas ciudadanas se movilizan contra los recortes en sanidad y educación, pero también convocan una consulta popular contra la privatización del Canal de Isabel II en Madrid, o defienden los derechos de las mujeres. Toman las calles, pero también organizan cientos de foros de debate y otros actos públicos, donde se discuten y se construyen alternativas políticas. Todo ello sin perder la coherencia de un discurso netamente de izquierdas. La actitud política del 15-M no es solo reactiva, sino también propositiva, por mucho que les pese a los deformadores profesionales de la opinión pública. Y esta característica se echa de menos en los sindicatos mayoritarios. Algunos dirán que Comisiones y UGT son simplemente parte del sistema, que son incompatibles con el 15-M porque son esencialmente neoliberales, aceptan encantados el marco político y socioeconómico actual. Sin embargo, la realidad de estas organizaciones es más compleja. Es cierto que las cúpulas de los dos grandes sindicatos se han escorado progresivamente a la derecha, hasta el punto de adoptar posturas como el rechazo de la nacionalización de YPF por Argentina, olvidando todo internacionalismo. Sin embargo, en el 15-M caben orientaciones políticas bastante diversas, y podrían caber también la mayoría de los afiliados y simpatizantes de Comisiones y UGT. El problema teórico de estas organizaciones no es tanto su ideología como su falta de radicalidad, en el sentido etimológico del término: les falta un análisis profundo de la realidad política y socioeconómica y la proposición de alternativas globales. Demasiado a menudo, estos sindicatos se limitan a reaccionar contra las agresiones más brutales, especialmente si tocan a sus afiliados y a su poder político. Pero no dedican suficiente energía a cuestionar la raíz de estos ataques, oímos muy pocas veces a Toxo y a Méndez proponer alternativas globales a la injusta y absurda política europea de austeridad. Mientras esto sea así, les será difícil recuperar algo de la credibilidad perdida en las últimas décadas, y serán un blanco más fácil para los ataques mediáticos de la derecha. Sin embargo, lo que resulta más preocupante de la actitud de las cúpulas sindicales es su absoluta impermeabilidad a las críticas, una actitud que ha llegado a la chulería en las semanas anteriores a la huelga general, cuando se filtró un documento en el que los sindicatos despreciaban al 15-M y lo consideraban poco menos que un enemigo. En otros países europeos, los sindicatos hablan de alternativas, y mucho, no debemos renunciar a que sea así en el nuestro. En España existen sectores sindicales críticos con sus cúpulas, con una actitud intelectual y política más saludable que estas. En ellos debe apoyarse el 15-M para avanzar en la convergencia teórica, pasando de una posición meramente reactiva a la proposición y defensa de alternativas políticas.
En lo que a la acción se refiere, ya hemos hablado de los respectivos logros conseguidos tanto por el 15-M como por los sindicatos mayoritarios a lo largo del último año. Hemos comprobado cómo los sindicatos siguen teniendo una importante capacidad de movilización en ámbitos como la industria y el sector público. 
Sin embargo, los sindicatos ya no son las organizaciones políticas de referencia de todos los trabajadores. A sus múltiples pecados (a los que no nos vamos a referir aquí) se suma el cambio de la realidad económica española: la precariedad se impone como norma. Comisiones y UGT apenas se dirigen a los jóvenes precarios -que son la mayoría-, en parte por falta de interés y en parte por la propia situación de precariedad, que dificulta enormemente la organización política de estos trabajadores. Igualmente, es imposible que los parados se sientan tan representados por los sindicatos como los trabajadores ocupados. Por eso, en estos ámbitos son necesarias iniciativas novedosas como la Oficina Precaria. No obstante, no hay que despreciar los esfuerzos que ciertos sectores sindicales realizan en estos ámbitos, como el Sindicato Joven de CCOO. Solo esperemos que sean sinceros, y que se refuercen en el futuro. En in, hay amplios sectores sociales a los que no movilizan los sindicatos, y sí el 15-M. No se trata de suplantar a estos primeros. Esta actitud sería una arrogancia estúpida por parte de las asambleas y organizaciones del 15-M. Recordemos más bien el ejemplo de la huelga, en la que, pese a la actitud desafiante de las cúpulas sindicales, se materializó la complementariedad de ambos actores a la hora de la acción. Ese es el camino.

En los últimos años, el régimen neoliberal occidental ha sabido aprovechar su crisis para dirigir el mayor ataque de la historia contemporánea contra los derechos sociales de la mayoría. Todo apunta a que la agresión se va a recrudecer, y la respuesta ciudadana hasta ahora ha sido desesperantemente débil. El 15 de mayo de 2011 surgió una esperanza, y esta sigue viva. Nació un nuevo movimiento social y político en el momento en que más necesario era. Tras un año, se ha consolidado, junto a actores tradicionales que, aunque anquilosados, siguen siendo relativamente fuertes. Unos y otros son muy distintos, y de ahí que sean necesariamente complementarios. Habrá gente de ambos lados que consideren ingenua esta postura. Pero, en estos tiempos en que la represión amenaza a todo el que levante la voz contra el orden establecido, quizá sea posible imaginar que en las próximas movilizaciones de mayo, los militantes y simpatizantes de los sindicatos se encuentren con los que llevan un año de asamblea en asamblea. No hace falta que los primeros renuncien a sus despachos, ni que los segundos abandonen lo que ha hecho del 15-M un movimiento novedoso. Solo se trata de estar un poco más cerca unos de otros; pensar más cerca y actuar más cerca. Y, de vez en cuando, salir juntos a la calle.

Pablo Castaño Tierno, en PopPolMagazine

0 comentarios:

Publicar un comentario