Los
que hemos estudiado en colegios e institutos públicos recordamos que
los alumnos se dividían en dos grupos: los repetidores y el resto. O
lo que es lo mismo, los malos malísimos y los demás. Para que la
separación fuese aun más clara, en mi colegio hasta hicieron una
clase compuesta sólo por alumnos que habían repetido... ¡en
tercero de primaria! El miedo que les teníamos los niños buenos a
los repetidores sólo era comparable con el que nos daba su
profesora, conocida como Doña Chincheta. Y el máximo temor
de nuestros bienintencionados padres era que cayésemos en esa clase,
claro.
En
nuestro país repiten
curso más del 30% de los alumnos: tenemos una de las tasas de
repetición más altas de la OCDE. La nueva Ley de Educación
impulsada por el ministro José
Ignacio Wert
no muestra ninguna preocupación por reducir este porcentaje. Sin
embargo, la OCDE ha declarado la guerra a la repetición de curso,
tachando esta práctica de ineficaz e injusta. Comparten estas
críticas numerosos colectivos, como la confederación de madres y
madres CEAPA, que ha propuesto que la repetición se reserve para
casos excepcionales, o los firmantes del Manifiesto
por otra política educativa.
La
repetición no ayuda a los alumnos repetidores a mejorar sus
resultados, según el informe
de la OCDE sobre igualdad y calidad educativas.
Además, los repetidores tienen más probabilidad de tener mal
comportamiento y de acabar abandonando el sistema educativo. Una
de las razones de esto es que los
repetidores quedan estigmatizados para siempre,
y los profesores asumen que siempre van a ser malos alumnos -véase
la clase de Doña Chincheta-. Otra razón es que su autoestima sufre;
la repetición de curso no es percibida como una medida para
ayudarlos a superar sus dificultades, sino como un castigo. La
mayoría de los repetidores preferirían haberse quedado en su clase
y haber recibido apoyo, dentro o fuera de su aula habitual. La
opinión de los alumnos debería tenerse en cuenta a la hora de tomar
una decisión tan importante para su futuro.
Otro
argumento contra la repetición es el económico: es más caro hacer
repetir a los alumnos que suministrarles un apoyo extra a los que lo
necesiten. En España, más del 8% del gasto en educación
primaria y secundaria se deriva directamente de la repetición,
cifra a la que habría que sumar los gastos sociales causados por la
salida del sistema educativo de alumnos que no han acabado la ESO.
Finalmente, la repetición profundiza la desigualdad entre los
alumnos que repiten y el resto.
A
pesar de todos estos argumentos, tanto los profesores como los padres
parecen estar de acuerdo con esta práctica. Por eso, la OCDE
recomienda tratar de cambiar esta “cultura de la repetición”,
apoyando a lo largo del curso a los alumnos que vayan quedándose
atrás, usando otros métodos pedagógicos en vez de repetir una y
otra vez los mismos contenidos. De esta manera Finlandia ha
conseguido reducir casi hasta cero su porcentaje de alumnos
repetidores.
Existen
medios más drásticos para reducir ese inmenso 30% de alumnos que
repiten: limitar el número de cursos que se puede repetir o aplicar
esta medida sólo a partir de cierta edad. Algunas posibilidades
intermedias son repetir sólo las asignaturas que se suspendan o
crear programas de transición que permitan a los alumnos ir a
los dos cursos a la vez: al de su edad y al anterior. Si progresa lo
suficiente, podrá volver a su clase.
En
definitiva, las opciones son múltiples, pero lo que está claro es
que hay que salir del actual modelo, que consiste en hacer
repetir a los alumnos aunque no sirva para nada. Para conseguirlo, lo
primero es admitir que, como dice la CEAPA, la repetición no es un
fracaso del alumno, sino del sistema educativo.
Pablo
Castaño Tierno
Fotografía: actualidad.orange.es
Muy claro. La repetición es fruto de la pereza mental de todo un sistema.
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