Los
que hemos estudiado en colegios e institutos públicos recordamos que
los alumnos se dividían en dos grupos: los repetidores y el resto. O
lo que es lo mismo, los malos malísimos y los demás. Para que la
separación fuese aun más clara, en mi colegio hasta hicieron una
clase compuesta sólo por alumnos que habían repetido... ¡en
tercero de primaria! El miedo que les teníamos los niños buenos a
los repetidores sólo era comparable con el que nos daba su
profesora, conocida como Doña Chincheta. Y el máximo temor
de nuestros bienintencionados padres era que cayésemos en esa clase,
claro.
En
nuestro país repiten
curso más del 30% de los alumnos: tenemos una de las tasas de
repetición más altas de la OCDE. La nueva Ley de Educación
impulsada por el ministro José
Ignacio Wert
no muestra ninguna preocupación por reducir este porcentaje. Sin
embargo, la OCDE ha declarado la guerra a la repetición de curso,
tachando esta práctica de ineficaz e injusta. Comparten estas
críticas numerosos colectivos, como la confederación de madres y
madres CEAPA, que ha propuesto que la repetición se reserve para
casos excepcionales, o los firmantes del Manifiesto
por otra política educativa.