Ayer 25 de septiembre miles de personas volvieron a salir a la calle respondiendo a sendas convocatorias de la Coordinadora 25S y la plataforma ¡En pie! difundidas por las redes. Dos consignas claras entre la heterogeneidad de los participantes: la dimisión del gobierno y la apertura de un proceso constituyente. Y una multitud que ayer inundó las calles de Madrid desde Atocha y Plaza España. Un tumulto que asume nuevos repertorios y que salió a las calles porque su enfado era más fuerte al miedo que infunden las detenciones preventivas y la violencia anunciada.
Nos encontramos en un escenario de crisis de régimen, de agotamiento de un modelo que arrastramos desde el 78, de un marco constitucional que gran parte de la población no ha votado. Y este agotamiento se puede ver en el clamor del millón largo de personas que el pasado 11 de septiembre salieron a la calle a reclamar la independencia de Catalunya. Lo podemos ver en el desplome del bipartidismo en las últimas encuestas de intención de voto, a pesar de la mayoría absoluta que se validó en las urnas hace menos de un año. Se ve cuando la economía del país está intervenida y cuando la mayoría parlamentaria del Régimen asume sin resistencia el gobierno de la deuda y la austeridad de la Troika. En el actual escenario, ni las elecciones son capaces de legitimar sus políticas contra las mayorías sociales ni parecen implicar un compromiso para quien las ganan, pues su programa se incumple cada viernes. Y ante la pérdida del consenso, el poder solo se sostiene con el monopolio de la fuerza.
La represión sistemática propia de tiempos pasados es el último argumento de quienes gobiernan para los de arriba y contra las de abajo. Ayer fue una jornada de protesta pacífica, pero también de cargas indiscriminadas en Neptuno y en Atocha. El saldo de la jornada de ayer fue de 64 heridos y 35 detenidos a los que se deben sumar las cuatro detenciones practicadas el 15 de septiembre por portar una pancarta o los ocho imputados por “un delito contra altos organismos” que fueron identificados en una asamblea preparatoria de la movilización del 25. La violencia es la única respuesta ante una iniciativa ciudadana que plantea un rescate de la democracia en forma de proceso constituyente ante unas políticas que restringen cada vez más el derecho a servicios tan básicos como la salud o la educación y que condenan a toda una generación de jóvenes al chantaje entre la emigración o la precariedad y la asfixia económica.
A quienes comparan el 25S con el “fallido” golpe de estado del 23F hay que decirles que mienten y que lo saben: nadie prepara un dispositivo de 1350 efectivos de la Unidad de Intervención Policial para parar a los suyos. A quienes vinculan una convocatoria de los movimientos sociales con grupos nazis mientras aseguran que tienen una lista de “entre 800 y 1000 personas que están en todo” se les debe recordar que ellos son los herederos directos del franquismo, herencia con la que nunca han roto en 35 años de presunta democracia. Hoy sus fuerzas represivas visten de azul, pero recuerdan tristemente a tiempos más grises. Hay que decir alto y claro que los únicos golpistas están en el Parlamento y ya abrieron la sacrosanta Constitución en agosto del año pasado para poner los intereses de una deuda ilegítima por delante de la garantía de los servicios públicos más básicos.
El Parlamento está ocupado, pero no por ningún movimiento popular, sino por las imposiciones de la CEOE, del FMI, de la Comisión Europea, del BCE, de la banca y de Merkel. Es a ellos a quien hay que desalojar, y jornadas como las de ayer marcan el camino a seguir. Queda por saber si la nueva convocatoria para la tarde de hoy demuestra que la voluntad de cambio es más fuerte que el miedo. El otoño caliente ha comenzado, y se acerca el invierno.
Carlos Heras Rodríguez
¿Y qué propones? ¿Ponemos a Centella en el Gobierno? Y luego, ¿cómo nos financiamos? Venga va, vete a chiflar a la vía.
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