Baloncesto |
Azofra (Na!-Cho!-Cho!), Gonzalo y
Pablo, Vecina, Orenga, Herreros (por el que yo jugaba con el 11), Reyes,
Chandler, Loncar, Aísa, Germán, Iturbe, Vidaurreta, el Chacho, De Miguel,
Bárcenas, Braña, Pepu, Vandiver, Carlos-Jiménez-menudos-huevos-tienes, Robles,
Miso, Patterson, Garnett, Montes, Jennings, Brewer, Pancho...
Decenas de nombres,
de tardes viendo baloncesto, charlando, fallando entradas por la izquierda
intentando imitarlos, se me han pasado por la cabeza cuando, hace un rato, de
vuelta a casa, pasando por delante del Palacio me he cruzado con una marea
dispersa y cabizbaja de ojos llorosos y bufandas azules. Entre familias,
dementes cocidos y caras que me sonaban de los años del Ramiro que me
convirtieron en una cosa rarísima (no se puede ser futbolero, madridista y del Estu, aunque lo seamos tant@s...), he
preguntado lo que no hacía falta:
- Oye, perdona, ¿qué
ha hecho el Estu?
- Palmar, tío...
- Mierda.
- Sí, mierda. Nos
hemos llegado a poner 11 arriba, pero ya sabes...
- Nervios, ¿no?
- Yo qué sé...
- Joder. Pues nada,
gracias.
El Estu es una cosa rara. Porque te
tiene que gustar el basket para ser
del Estu y, honestamente, cuando
éramos pequeños y lo más que se ganaba era una plata europea con un equipo de
retales y las Euroligas de Obradovic, el basket
no le gustaba a la mayoría. Eso sí, te daba un toque de distinción ir a
baloncesto de extraescolares y ser del Estu.
Es difícil conocer el
Ramiro, haber jugado
con las manos congeladas alguna vez en la
Nevera o haber tirado libres en el Magata y no ser del Estudiantes, no
sentirte parte del "equipo de patio de colegio", de la Demencia: una
afición descolgándose por un pabellón con arneses para denunciar la chapuza de
la olimpiada en una ciudad que no cuida el deporte de base ni a sus equipos
pero le regala cuatro torres a la mafia inmobiliaria del Madrid.
Sería de locos no ser
demente cuando has ido, un día al año y en perfecta desbandada gamberra
disfrazado con las peores pintas posibles, a tirarle huevos al Maravillas (el
colegio pijo del barrio) y a la estatua de Franco desde
el insituto, público y orgulloso de serlo y de tener el Estu, con los maderos detrás. De hacer gimnasia la
hora antes del entrenamiento y que algún jugador te tire algún vacile. De ver
llegar a Carlos todos los días con el ABC debajo del brazo y darte cuenta que
Azofra, ese base bajito que se parece a Manu Chao de lejos, está cuadrado y te
saca tres cabezas.
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El Estu es una cosa pequeña, bonita y
orgullosa en una ciudad muy grande que, durante los años en que jugábamos al basket e íbamos al Palacio (o a
Vistalegre), se reinventaba para aparentar que aquí todos éramos pijos de
siempre, que atábamos los perros con longaniza y para votar a la Aguirre.
Que el Estu baje de categoría porque, por una
vez en su historia, no ha habido suerte y el éxodo de una generación de canteranos
hacia equipos con más pasta no ha podido sustituirse con otra más talentosa
todavía, es una putada muy gorda.
El Estu es una de las cosas más bonitas del
deporte en esta ciudad, la justicia poética, el orgullo de la chavalada humide
del tuto que, en la cancha y en la
grada, se crece contra quien sea. Hoy nos la hemos pegado, pero solo nos vamos
un rato. Volvemos pronto a pasearnos por la ACB con la cabeza tan alta como
siempre y un equipo de patio de colegio.
Estudiantes campeón
chim-pun (y una mierda pa´l Madrid).
Dedicado a los Ardila, que me llevaron la primera vez a ver al Estudiantes.
Ramón Espinar Merino @RamonEspinar
Investigador
de la Universidad Autónoma de Madrid, activista social y aficionado (deprimido)
del Estudiantes.
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